lunes, 27 de agosto de 2007

INTRODUCCIÓN

Cuando escribí el proyecto de investigación que originó esta tesis, me parecía sencillo mostrar el hilo que unía a Octavio Ianni con Beatriz Sarlo cuando hablaban de globalización y posmodernidad. En apariencia todo los separaba: países, disciplinas y objetos de estudio. Ianni se había centrado en descomponer los factores que confundían la negritud de Brasil con las clases sociales perjudicadas; y había trabajado sobre la figura del Estado-nación como problema latinoamericano. Sarlo, lo había hecho sobre la formación cultural del país, atraída por explicar la diferencia argentina, en momentos en que los programas educativos no alcanzaban a reorientarse ni superar una gran crisis. Ianni era sociólogo; Sarlo, enseñaba literatura y escribía crítica en libros, diarios y revistas.
Para mí, los años noventa los unían hablando de globalización y posmodernidad. Eran dos palabras alrededor de las que se daba un gran número de discusiones académicas y políticas en esos años, en las ciencias sociales y las humanidades. Junto a ellas se hablaba del fin de la historia y las ideologías.
Eran para mí, además, años en la Escuela de ciencias de la información, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, a la que había entrado en 1988. La noción de posmodernidad era en aquel ámbito un aullido de la moda. Se decía que se vivía en estado de posmodernidad: se estaba en ella, como en una moda difusa y omnipresente: había bares, arte, arquitectura, ropa y personas posmodernas. Por contraste, moderno era defender la educación pública de acceso irrestricto y sin arancelamiento. Se llevaba a cabo en esos años un importante recorte presupuestario de la educación pública mientras se brindaban amplias exenciones para la creación de instituciones educativas privadas. Eran años además, en que aparecían otras batallas, como la pelea del cumplimiento de los derechos humanos que, de la mano de las Madres de Plaza de Mayo, produjo una nueva sociedad nacional. Mientras, se imponía una ‘reforma del Estado’, que además de las transformaciones en el sector educativo, consistió en el traspaso de las principales empresas públicas argentinas a sectores empresariales nacionales y trasnacionales. En esos años fueron privatizadas la Empresa Nacional de Teléfonos (Entel), Aerolíneas Argentinas, Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), Aguas Argentinas. Muchas áreas del Estado fueron pasadas a la administración privada bajo un régimen que se denominó tercerización, que produjo en los hechos una renovación en las formas de subdesempleo existentes, y una corrupción diferente a la que existía. Para ello se dijo desde todos los espacios de poder neoliberal, que el Estado era como un elefante: tan grande que no podía moverse. La solución era ‘privatizar’. El proceso se presentaba como parte de una lucha contra la corrupción, por lo que vender, era una forma de evitar el robo. Para la ciudadanía, esas empresas se convertían en “las joyas de la abuela”: vendíamos lo último que nos quedaba. Sabía además, que en la facultad contigüa, Ciencias Económicas, se hablaba de globalización.
No sentí los cambios que se daban en la ciudad de Córdoba como propios, porque la estaba descubriendo. Yo era un estudiante de provincia, venía de Santiago del Estero, ciudad empobrecida en el siglo XX, pero de antiguo esplendor y tradiciones mestizas. Fui, sin embargo, consciente de preocupaciones urbanas, como que la centenaria Escuela Olmos (hoy enclavada en la esquina comercial más importante de la ciudad) fuera transformada en shopping. El gobierno alentaba la construcción, y para tranquilizar a la población, se argumentaba que si bien se dinamitaría su interior, se preservaría su fachada, creando en la ciudad uno de los primeros edificios posmodernos. Estos edificios, se decía, combinaban el pasado con el presente. En todo el país se hablaba de la remodelación del antiguo edificio del mercado de abastos y de los muelles del puerto de Buenos Aires: estos símbolos de la organización pública (palabra ésta que de pronto sólo olía a corrupción e ineficiencia) perderían su herrumbre en manos privadas (lo que era decir, eficiencia y competencia). También para calmar preocupaciones, se anunciaba que estos edificios no serían destruidos, sino reciclados. En ellos quedaría la historia (moderna) pero aparecería el futuro: el shopping. Hoy los cordobeses siguen viendo la fachada majestuosa de la Escuela Olmos, que se salvó para describir un momento (mucho más que arquitectónico) de la historia nacional, en el que la escuela primaria fue hasta ediliciamente más importante que todas las sedes ejecutivas de gobierno. Veo ahora que ese fue un símbolo de primeros años de la década, y de mi relación con la vida política.
Los textos de Ianni y Sarlo, si no los primeros en sus países en utilizar esos conceptos que se habían naturalizado en Europa y Estados Unidos, cuando menos habían dado en algún clavo de la discusión, y habían adquirido importancia en los análisis vernáculos o regionales. Los unía, según la percepción con la que escribí aquél proyecto, su condición de libros de influencia, utilizando conceptos a los que había grandes resistencias en cada uno de sus países y en la región en general. Y los unía el hecho de que las palabras posmodernidad y globalización, juntas, creo, marcaran un momento de quiebre social contingente al que habían producido las dictaduras y el amplio disciplinamiento en la región de la Doctrina de Seguridad Nacional impulsada por Estados Unidos y a la que se plegaron muchos gobiernos latinoamericanos en las décadas anteriores. Este quiebre tenía elementos económicos y culturales que respondían a lógicas nuevas, y tanto Ianni como Sarlo buscaban describirlos. Y al menos desde la perspectiva editorial, Escenas de la vida posmoderna y A era do globalismo, habían tenido éxito: se reeditaron con frecuencia y se tradujeron al poco tiempo de haber sido editados en castellano y portugués.
La publicación del texto de Sarlo en 1994, fue mirada con sospechas en espacios académicos; mientras, se agotaron varias ediciones. Quizá a causa de su acusación a las teorías de la recepción, que surgían entre los que buscaban crear un espacio serio de estudios alrededor de los medios masivos de comunicación, o de las culturas populares, como ella misma preveía desde las páginas de Escenas de la vida posmoderna. Era acusada de apocalíptica, de nostálgica. Por su lado, la publicación del texto de Ianni en 1996 –parte de una producción mayor que incluye otros tres libros sobre el tema- fue también recibida con críticas por quienes no veían en este proceso algo novedoso, sino el avance de la economía trasnacional. Según las críticas, para Ianni la globalización era inevitable o irreversible. Se dijo, incluso, que era un entusiasta partidario de la globalización.
Me aboqué a trabajar sobre los libros con el espíritu de las críticas que se les hacía. A ellas sumé la preocupación (y la pregunta) acerca de por qué había que aceptar fenómenos que avasallaban con las economías nacionales, o trabajar sobre fenómenos culturales que no representaban a las grandes mayorías de países que se debatían en resistencias. Por qué, mientras se aplicaba una política económica antinacional, trabajar en el marco de una idea (¿ideología?) o concepto que describía como allí donde había grupos sociales que discutían su futuro, ahora reinaba una indiferencia racional y un espíritu antisolidario apoyado en cierto escepticismo generacional que por momentos parecía crítico. Escribí una primera versión de esta tesis a finales del 2004, con el ánimo epistemológico que critica Eagleton, quizá con prejuicios que alcancé a identificar y suprimir.
De aquel primer texto sólo he salvado aquí una mirada general a la producción de Ianni y Sarlo, agrupados bajo el título Trayectorias. Creo que esas páginas son útiles para anclar cada uno de los libros dentro del pensamiento de sus propios autores y por ello quedaron al comienzo del texto general. Al final quedó El trabajo intelectual, un texto que posee algunas de las discusiones de la versión anterior, aunque con una mirada diferente. Allí discuto algo de lo que se dijo de Ianni y Sarlo con respecto a Escenas de la vida posmoderna y La era del globalismo. El problema de la lectura y del lugar del intelectual en un momento de crisis de la izquierda son el tema de este último apartado.
He dejado en el centro del trabajo los tres capítulos propios de la tesis y del análisis de los libros Escenas de la vida posmoderna y La era del globalismo. Allí he subrayado aquellas argumentaciones en que creo, ambos pueden unirse para describir uno de los mayores desafíos de las sociedades latinoamericanas. Aquello que creo sirve para pensar
En estos capítulos presento la manera en que creo Ianni y Sarlo comparten una visión de los problemas mundiales, nacionales y regionales, en que estaban inmersas nuestras sociedades al momento en que escribieron sus libros. Ianni, siempre desde una mirada global; Sarlo, de manera local. Espero se note desde las primeras páginas que evito una compilación de correspondencias, que evito pensar que estamos ante dos autores que hablan de lo mismo. Me interesan más los procesos y mecanismos que hacen posible el estado de cosas que ambos analizan. Me interesa responder a problemas planteados por los autores; mirar en la dirección que miraban; hacerle preguntas a sus textos; mostrar de qué manera uno podría responderle al otro, de qué manera lo complementa y le hace ver con mayor claridad al otro, observando un episodio diferente en una instancia diferente en un mismo momento. Para poder hacer eso, he dividido las argumentaciones en tres tipos de confluencias.
En el primer capítulo, Compartir el problema, hice algunas consideraciones sobre los libros mencionados y trato de enunciar puntos de articulación generales. En primer lugar, los que nos llevan a entender que estamos ante un mismo fenómeno, que podría resumirse en: las características y los efectos económicos sociales y culturales de un proceso más de expansión del capitalismo trasnacional, y una evaluación de esos daños en un país latinoamericano particular (Argentina). En segundo, de que estos análisis colocan en centro de sus preocupaciones el problema de que las desigualdades materiales y simbólicas aumentan, junto con la indiferencia de los individuos y las instituciones en que las propias sociedades se suponían organizadas. Se trata de una primera evaluación de daños sobre los efectos de los medios de comunicación (especialmente la televisión) y la industria cultural, en el marco del ideal de una cultura común de este proceso de expansión. Estas son claves, a su vez, para pensar las ideas que marcan a cada uno de los libros: globalización y posmodernidad.
En el segundo capítulo, Algo nuevo, analizo confluencias que, tanto desde la mirada global y/o local, tienden a compartir un objetivo: el debilitamiento del poder político nacional, a la formación de una cultura común y un nuevo civismo de mercado para el que se ejerce una nueva pedagogía funcional al proceso de expansión. Tomo las descripciones de Ianni y Sarlo de los enclaves educativos, los nuevos espacios cívicos y centros de poder político que intervienen en el amplio proceso civilizador del capitalismo en expansión. De la misma manera, se presenta una visión sobre la transformación de las autoridades tradicionales tras el embate de la industria cultural: el desprestigio de la educación y su lento abandono; las dificultades de las historias comunitarias para construirse sin el ruido comercial, para mantener su poder de explicación junto a la proliferación de mensajes globales de esta herramienta cultural del capitalismo que es la industria cultural; la construcción de una versión electrónica de la comunidad que vuelve difusa otra organización más allá de la oferta y el consumo; y la crisis de la política ante el registro mediático y las presiones internacionales a las que ésta se ve sujeta. Creo que la descripción permite ver tanto los mecanismos que confluyen dentro de un programa de lógica trasnacional; como otros que, quizá sin proponerse, acaban siendo funcionales en este amplio proceso.
En el tercero, Cultura, ideología y hegemonía, las confluencias se manifiestan como invitaciones a debatir el problema de la conciencia social en un momento de instauración de una hegemonía de nuevo tipo; a comprender los elementos que han puesto en crisis al proyecto comunitario de la nación con sus espacios de reproducción públicos y nacionales, en el marco de una sociedad antisolidaria y conectada a medios de comunicación que fundan sus políticas en la noción de ‘público’ y no de ‘ciudadano’. Allí dejé también un breve retrato de algunas derrotas políticas de la izquierda latinoamericana, que en realidad constituyen el momento de disciplinamiento político inmediatamente anterior a los años de asentamiento neoliberal.
Creo que cada capítulo posee independencia del conjunto. No he querido forzar la argumentación de sus apartados en pos de la argumentación total, ni para que en ellos se perciba la justificación del orden final (porque, como he dicho, he privilegiado aquello que permite, no pensar a Ianni y Sarlo, sino, ir con ambos más allá del propio problema que plantean por separado). Entre un apartado y otro han quedado puentes que, tendidos y vistos en perspectiva, orientan sobre el sentido de un análisis a la luz del otro.
A principios del año 2004 Octavio Ianni visitó la ciudad de México y dio una conferencia invitado por el Posgrado de Estudios Latinoamericanos. Pude entrevistarlo y le hablé sobre este trabajo. Ianni enseguida encontró puntos de cercanía con Sarlo. La había leído, porque rápidamente sugirió relaciones. Todavía duraba la conmoción por el ataque en Estados Unidos de las torres gemelas y el Pentágono que desataron las guerras en territorios árabes, dijo: “un ataque contra los símbolos del poder económico, político y militar de la mayor potencia económica del planeta no puede considerarse un atentado terrorista: es una acción revolucionaria”. Se mostró dispuesto a leer la versión preliminar cuando estuviera lista y pudiera enviársela. Ianni murió unos meses después. Ya en el mes de marzo del año 2006, Beatriz Sarlo vino a la ciudad de México. Conversé con ella en un encuentro organizado por el Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos. Presentaba un nuevo libro, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Un texto sobre el valor de la teoría en los relatos de la experiencia del pasado en los crímenes de la dictadura de los años setenta, sobre la necesidad de usar lo recordado para comprender. Sarlo regresaba a un problema presentado en Escenas de la vida posmoderna, el de armar una perspectiva teórica para ver; aunque en este caso, los fenómenos políticos que se describen en los relatos testimoniales de los crímenes de Estado.

Presupuestos
Vale ahora ampliar algo más acerca de las presunciones y supuestos que acompañaban el lugar desde el que decidí el análisis, provisto de una perspectiva regional. Propia de algo más que una organización académica, la perspectiva regional se asienta en una búsqueda de conocimiento naturalmente interesada y organizada, no tanto alrededor de las discusiones sobre qué vendría a ser la región, sino sobre un ‘nosotros’ –tan difuso como todos- que se superpone a otros nosotros, como el nacional, por ejemplo. Claro que este señalamiento carecería de sentido sino fuera porque los propios textos analizados colocan en un lugar central el problema de las organizaciones regionales (Ianni), que es el de la disolución de los estados nacionales y el debilitamiento de sus sistemas de reproducción y supervivencia (Sarlo). Señalaré estos presupuestos sobre Ianni y Sarlo por separado.

Me interesé en La era del globalismo a partir de un curso dictado por John Saxe-Fernández, quien también había trabajado sobre el fenómeno de la globalización, en el año 2003. El nombre de Ianni surgió propósito de un texto del argentino Carlos Vilas en que lo menciona en un libro compilado por el propio Saxe-Fernández.[1] Allí Vilas escribía que en Ianni, “la globalización como proceso y la globalidad como efecto son presentadas como una especie de gigantesca e indefinida nebulosa que lo abarca todo de manera ineluctable e irreversible y encuentra en sí misma la fuente y la razón de su dinámica. Una verdadera entelequia (Ianni, 1992; 1996a; 1996b)”.[2]
Saxe-Fernández no sólo adhería a la crítica sino que se preguntaba por qué Ianni, un pensador crítico de la región, presentaba la globalización como un hecho irreversible y no como –según escribía Vilas- el fruto de una ideología claramente conservadora que “enfoca selectivamente el mundo de acuerdo a una configuración de poder dada, a la que trata de preservar y consolidar”. [3] Leí los textos de Ianni bajo estas advertencias, y acordé (en una primera etapa) con las apreciaciones de Saxe-Fernández y Vilas. Luego comprendí que en aquellos libros, Ianni tenía una postura tan crítica del fenómeno como Vilas. Pero no obstante alcanzó a surgir de esta lectura, una preocupación que luego trasladé a Escenas de la vida posmoderna, de Beatriz Sarlo.
En mi primer proyecto buscaba debatir sobre veracidad de la aplicación de esos conceptos foráneos que se habían popularizado mientras la revolución neoliberal pasaba como una tromba sobre las organizaciones nacionales (económicas, sociales y políticas), transformándolas. Pensaba en aquel momento, que los conceptos de posmodernidad y globalización sólo evitaban analizar problemas de fondo. Se imponía entender por qué estos intelectuales críticos trabajaban sobre fenómenos que, discursivos o no, entelequias o no (como dice Vilas), habían surgido como respuesta a procesos de transformación, vinculados al mundo de las comunicaciones.
Ianni no fue el único que en aquellos años, desde una perspectiva y tradición crítica regional, hablaba de la globalización; pero sí, uno de los pocos latinoamericanos que había publicado varios libros al respecto. Su análisis permitía pensar los noventa; porque si algo había estado sucediendo en esos años, suponía, eso iba a aparecer en su producción teórica. Me esforcé inútilmente en ver en estos textos sobre lo global, a la región que el brasileño había descripto en El laberinto latinoamericano, en la que abordaba complejidades y desafíos inmediatos. La era del globalismo, en este sentido, no podía considerarse en un primer momento como un texto sobre la región, mucho menos sobre Brasil. Tuve la sospecha de que Ianni se había alejado (aunque yo pensaba en términos de abandono) de su línea de producción crítica.
En el texto actual, las ideas de Ianni no se unen a las de Sarlo a partir de una preocupación en los noventa. Tras la primera versión, Ianni y Sarlo comenzaron a verse en conjunto, a completarse. Empecé a ver que Escenas de la vida posmoderna le aportaba al libro de Ianni una mirada local, y que al hacerlo lo confirmaba y a la vez, le planteaba interrogantes. Creí necesario remozar algunas hipótesis de trabajo. Ahora pienso que los elementos que Ianni observa constituyen un paisaje en el que insertar un análisis como el de Sarlo. Y que a la vez, el análisis de Sarlo puesto junto a la organización de Ianni, le daba a este último, profundidad.
Como no podía ser de otra manera, esta tesis propone una lectura de Ianni. Y en ella está su señalamiento de que el problema del análisis político está entre las propias herramientas de las ciencias sociales.


Aquella idea de que había una producción en los años noventa atravesó también la lectura de Sarlo, en este caso, sobre la inclinación teórica a explicar un fenómeno que acabaría llamándose posmodernidad. Es difícil conocer el impacto de esta inclinación teórica, que bien podríamos llamar preocupación, pero ante su sola presencia novedosa cabía el análisis, al menos en un caso de importancia, que permitiera saber de qué manera se habían introducido en esos años un debate que hoy parece languidecer. [4]
Quizás en los cimientos de las preguntas con que cuestioné a Sarlo en las primeras lecturas, estaba esa reducción ya común entre latinoamericanistas: la de que nos enfrentábamos a ciertas ideas que no respondían a nuestra realidad latinoamericana, sino que provenían de Europa. Interrogué a Sarlo a partir de la idea de Lyotard, acerca de que el problema posmoderno como dimensión cultural provenía de sociedades que vivían una etapa posindustrial, propia de las sociedades más desarrolladas;[5] y no como momento cultural causado por la expansión del capitalismo en naciones subdesarrolladas o periféricas. Pensaba que las naciones latinoamericanas, con su industrialización interrumpida y con sus economías dependientes, no eran espacio propicio para ver funcionando lo que los teóricos de la posmodernidad (especialmente estadounidenses y franceses) veían en sus sociedades.
Así que los acercamientos vernáculos a lo posmoderno, como tragedia cultural acompañada de una exaltación a las supuestas libertades simbólicas que propagan los medios de comunicación,[6] contrastaban con el profundo proceso de empobrecimiento material impulsado por el neoliberalismo. Es decir, desde la perspectiva de Lyotard, me preguntaba si se estaría diciendo que aún cuando el subdesarrollo aumentaba con sus índices de exclusión social en la región, al mismo ritmo aparecían las características culturales de una sociedad avanzada. Frente a esta paradoja, y sin caer en la explicación de la simple copia a las modas teóricas europeas sobre lo que tanto se ha escrito ya, seguía pareciendo necesario preguntarme de qué manera el pensamiento crítico latinoamericano había asimilado o introducido un debate que encerraba estas contradicciones, poniendo en jaque el instrumental analítico con que se abordaba la realidad latinoamericana.
Esto, de alguna manera me sirvió para pensar a Sarlo en dos esferas: la de la existencia misma del texto con sus referentes empíricos (los argentinos retratados en la introducción de cada uno de sus capítulos: la familia del lifting y la que acude al shopping con comida casera en paquetes usados, los jóvenes que se enfrentan al videogame y los que se disfrazan para la noche, el hombre del caballo robado y el que se entrega ante cámaras, pintores y escritores frente al mercado y el mundo); y la del lugar del intelectual que discute en, y desde, su función social (del que la propia Sarlo es referente).

Comunes
La lectura, aún sujeta a los presupuestos enunciados, dio un resultado ajeno al orden de las sospechas iniciales (varias veces me hice preguntas sobre la lectura y los elementos que intervienen en ella). Desde dos países cercanos, dos disciplinas y esquemas conceptuales diferentes, y con la mirada puesta en objetos de estudio en órbitas distintas; acabó pareciéndome que Ianni y Sarlo describían facetas del mismo proceso: el proceso que dio por el suelo los proyectos nacionales de los pueblos latinoamericanos en la segunda mitad del siglo XX. Uno lo hacía desde lo global, mientras que el otro, desde lo local.
Algunas críticas a Ianni devienen de haber aceptado el reto de una descripción total (pues sólo así podría indicar partes, articulaciones, etapas, avances, recesos, organizaciones e instituciones, de un fenómeno inabarcable para la experiencia). Además, utiliza un concepto nuevo que forma parte, dice, de una corriente de opinión: la globalización, y que considerará una era. Su marco es una amplia crítica a las ciencias sociales por la utilización de conceptos estáticos, como el de Estado-nación, conciencia o hegemonía, cuando estos se han modificado a la vista de todos, no sólo en diferentes momentos de su historia, sino ahora y otra vez. Sarlo en cambio, lleva la observación a la dimensión antropológica. Parte de lo mínimo, con una mirada que lleva no sólo a Sastre, sino por un momento, a Robbe-Grillet. Usa otro concepto en boga, posmodernidad, al que mira con un catalejo, a la vez que produce su acercamiento microscópico de episodios, escenas o instantáneas, que involucran a actores y circunstancias particulares que somete a análisis. Para estas descripciones Sarlo recurre a fórmulas literarias, como la crónica y el relato y con ellas construye unos aguafuertes de la vida cultural argentina. No asegura que habla de la sociedad, ni de la cultura argentina; pero sí, que lo hace territorialmente desde ahí. Y es desde allí que describe un cambio de época.
Ambos producen una crítica a quienes los acompañan en la tarea intelectual. Para Ianni, la tarea pendiente es la reformular las ciencias sociales a partir de los nuevos elementos: de la profunda modificación en los modos de producir, de actuar, de pensar en las sociedades urbanas y rurales de nuestros países y del mundo. Para Sarlo, se impone la recuperación de algunas funciones propias del intelectual, para enfrentar una realidad que ha cambiado y que ha producido entre otras cosas la capitulación misma del intelectual moderno, con su espíritu libre y anticonformista, con sentido de solidaridad con las víctimas de un sistema que además de reproducir desigualdades, ahora excluye.
Ambos confluyen en un intento por sentar bases de resistencia y de transformación. Por presentar el mayor problema de nuestra época, que sigue siendo el de la desigualdad. Indicando, describiendo, dialogando con mayor o menor énfasis en sus orígenes económicos, culturales, políticos, sociales. Y confluyen en hacerlo en un momento en que el capitalismo, las identidades, los mensajes y la imaginación, parecen haber roto las fronteras nacionales. Esto lleva a preguntarse qué tanto se han roto esas fronteras, en dónde, con qué características, por qué y en qué afectan estas rupturas… con la mirada puesta quizá, en qué es lo próximo que va a romperse. Y pensar dónde están las prioridades públicas nacionales en este contexto.
Creo que la mirada común es útil para entender la razón por la qué la industria cultural y la televisión han jaqueado a la política nacional de cada país latinoamericano. O por lo menos, pensar que ésta es una operación acorde al proceso de expansión del capital de negocios trasnacionales, la lógica de apertura de mercados y de disminución de controles y poderes nacionales. Útil para entender porque producir una cultura común global y nuevas formas de producción y consumo (como Ianni describe), era y sigue siendo necesario, desde la lógica mencionada, destruir los mecanismos de reproducción de la historia nacional y atacar al sistema político de cada país, también desde adentro. Útil para volver sobre el problema de los sentimientos generados en la experiencia de otro, y en las medidas en que penetra según la experiencia propia. Para pensar que la globalización y posmodernidad como sentimientos, sean como hayan sido en San Francisco y Berlín o como estén siendo en Oaxaca y en El Salvador, serán según una experiencia propia, pero que parece tener algunos elementos que en nuestra región son comunes (el disciplinamiento de la izquierda los años setenta y ochenta, la destrucción de la escuela y los espacios públicos, el programa político de mass mediático privado y la aplicación de medidas neoliberales). Para hablar de ello es que uno a Ianni y Sarlo.
El mapa de las experiencias locales siempre será variable y difícil de construir (y queda siempre para el lector); y por ello es tan difícil referirse a Latinoamérica cuando se habla de procesos históricos siempre cruzados por las experiencias nacionales, étnicas o ideológicas; pero además, por estructuras sociales y económicas diferentes. En dónde esto puede ser comparado, aquello parece que no. Pero cuando Ianni periodiza lo hace en el mismo sentido de Sarlo, a partir de una historia mundial del siglo: que es la de los momentos del capitalismo liberal a partir de la resolución de la Segunda Guerra mundial. Los problemas de lo nacional y de la historia mundial están presentes, como el del capitalismo a gran escala, con las desigualdades que produce a un ritmo cada vez más acelerado. Desde ahí también cabe pensar desde América Latina, desde la izquierda intelectual que vivió en el siglo las experiencias comunes de una región que cumplió un papel particular en la resolución de la guerra fría. Y que tiene sobre sus espaldas más de medio siglo de sueños nacionales interrumpidos.

Creo ahora que Ianni y Sarlo permiten ver a la globalización y a la posmodernidad no sólo de manera conjunta, sino como un solo problema. Los puntos en los que la argumentación de Ianni y Sarlo se tocan, conducen a análisis complementarios, más que a corroboraciones en dimensiones diferentes. Creo que Sarlo había escrito allí donde Ianni puso después sus puntos suspensivos, lo que pudiera interpretarse incluso generacionalmente. Pero lo importante, es que esto permite ver más allá de los propios argumentos de cada uno. Uno puede ver con la ayuda del otro, territorios que para ambos parecían ajenos. Y hacer nuevas preguntas, nuevas suposiciones.
Estas páginas, que no serían posibles ni satisfactorias sin la lectura de La Era del Globalismo y Escenas de la vida posmoderna, son por ello una invitación a retomar argumentaciones de estos textos, antes que nada, para repensar nuestras dificultades para imaginar otra vez la vida en comunidad. Como para mantener viva la discusión sobre la labor académica y el lugar del pensamiento crítico cuando la imaginación social deriva en el mercado, cuando los proyectos educativos nacionales se muestran quebrados y una batalla se libra todavía entre desconfianzas sobre el poder y la política.

[1] Globalización: crítica a un paradigma, John Saxe-Fernández Coord., UNAM, IIES, Dgapa, Plaza & Janés, México, 2002.
[2] Vivas, Carlos, “Seis ideas falsas sobre la globalización” en Globalización: crítica a un paradigma, UNAM, México, 1999, p. 72. Las referencias son para A Sociedade Global, Teorías de la globalización y A era do globalismo, respectivamente.
[3] Idem., p. 70.
[4] No es sencillo asegurar que el debate en torno a la posmodernidad se ha extinguido, pero hay quien lo sugiere. Ver: Santiago Castro-Gómez, Eduardo Mendieta (coord), Teorías sin disciplina, latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate, México, University of San Francisco, Porrúa, 1998.
[5] Lyotard, Jean-Francois, La condición posmoderna, Rei, México, 1993.
[6] La discusión entre Oscar Landi y la propia Beatriz Sarlo expone claramente estos antagonismos. Ver: Sarlo, Beatriz, “La teoría como chatarra. Tesis de Oscar Landi sobre la televisión”. Punto de vista Nro. 44, Noviembre 1992, Buenos Aires.

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