lunes, 27 de agosto de 2007

El TRABAJO INTELECTUAL

He agrupado en este último apartado dos discusiones suscitadas por los libros aquí analizados, que quizás contribuyan a dar una mirada acerca de éstos y de sus autores; y en la misma medida, del recorrido de esta investigación. No seré exhaustivo, pero quisiera aportar a estas discusiones académicas, periodísticas o intelectuales, con las anotaciones y reflexiones hechas hasta aquí.

Ianni: impensar las ciencias sociales
A finales de la década del noventa hubo una discusión en torno de la globalización, en la que los textos de Ianni participaron como objeto. Al centro de este debate, a mi entender, le subyacía la necesidad de contrarrestar la producción teórica europea y norteamericana acerca de la globalización, que casi invariablemente, presentaba al fenómeno organizado en facetas positivas, como un proceso irreversible que cuestionaba una serie de políticas públicas (sobre todo, medidas progresistas) como ‘evidentemente’ anacrónicas.
Aldo Ferrer y John Saxe-Fernández fueron dos exponentes importantes de la globalización vista desde esta perspectiva.[1] Ambos alertaron sobre el conjunto de falacias que podían colarse en una argumentación que, por lo general, no contemplaba el largo camino de expansión capitalista de los últimos siglos.[2] Para Ferrer incluso, había un conjunto de ideas sobre la globalización que se asientan en ficciones: la revolución tecnológica, el comando transnacional (o no nacional) de los recursos, las condiciones de competencia (en el mundo global no competirían países sino firmas, bajo las reglas de un darwinismo económico), como un fenómeno sin precedentes históricos.[3]
Saxe-Fernández directamente considera que existe una versión pop de la globalización, que presenta

un paradigma montado sobre varias falacias, mitos o slogans, como un fenómeno nuevo, homogéneo y homogeneizante que conduce a la democracia, el progreso y el bienestar universal; que acarrea la desaparición progresiva del Estado y que los actuales procesos de regionalización, tipo Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), o son consecuencia de la globalización o inevitablemente conducen a ella. En México el globalismo pop fue usado en la campaña oficial de promoción populista del TLCAN, vendido a la población…[4]


Me detendré en un texto de Carlos Vilas titulado Seis ideas falsas sobre la globalización, publicado en la compilación de Saxe-Fernández ya citada. En este texto, Ianni es mencionado en estos términos:

Una de las características más destacadas del enfoque eufórico y liviano de la globalización es su ahistoricidad. La globalización como proceso y la globalidad como efecto son presentadas como una especie de gigantesca e indefinida nebulosa que lo abarca todo de manera ineluctable e irreversible y encuentra en sí misma la fuente y razón de su dinámica: una verdadera entelequia [Ianni, 1992; 1996a; 1996b]. La actitud no es nueva y más bien parece ser un rasgo recurrente en algunos ámbitos intelectuales, siempre proclives al consumo indiscriminado e irreflexivo de las ofertas de moda. El peligro de esta propensión es bastante conocido. Hace 500 años la fascinación por la novedad de los espejitos y las cuentas de colores acarreó no pocas tribulaciones a los hospitalarios americanos; entusiasmados por los brillos y los reflejos, no se percataron de que detrás venían los arcabuces. Ni la ignorancia ni la ingenuidad, de las que generalmente se hecha mano para explicar el engaño de entonces, pueden ser invocadas honestamente en beneficio de quienes hoy hacen gala de equivalente fascinación ligera ante las últimas novedades de la modernidad financiera.[5]

La prosa de Vilas quizá sirva como una muestra de las pasiones con que se debatió el fenómeno de la globalización, y la manera en que dividió aguas entre los que la consideraban como una ruptura, y los que la consideraban una continuidad del capitalismo. Vilas, que refiere a argumentos de tres textos de Ianni, encarnaría esta segunda posición.
Para demostrar que Ianni corresponde a la primera consideración, a que la globalización expresa una ruptura, Vilas escribe que la lectura de éste peca de ahistoricidad. Sin embargo, Ianni recurre a diferentes periodizaciones para mostrar no sólo que considera a la globalización como un proceso de expansión del capitalismo,[6] sino también para pensar diferentes momentos del liberalismo. Además, organiza a los sistemas de pensamiento y explicación social según su capacidad de ver la situación desde una perspectiva histórica, ahistórica o meta histórica.[7]
Desde el punto de partida de La era del globalismo, Ianni presenta la globalización como un proceso de expansión del capitalismo y descuenta el reconocimiento de las periodizaciones más conocidas (sus antecedentes en el feudalismo, el colonialismo, revolución industrial, los acuerdos de Breton Woods, el Consenso de Washington y la consolidación de Estados Unidos como potencia imperialista). Y se concentra en las trasformaciones operadas en el último siglo. En casi todos los capítulos, Ianni hace referencia a momentos diferentes de la expansión económica del capitalismo, siempre según el proceso que le interesa develar. Por ejemplo, al analizar los cambios en el mundo del trabajo, Ianni recurre a una explicación del modo de producción que dominó la primera mitad del siglo XX (el fordismo), antes de presentar los elementos que le parecen evidencian una nueva división transnacional del trabajo.[8] El fin de la segunda guerra mundial y la caída de la Unión Soviética cuatro décadas después, son elementos considerados dentro de un esquema que contempla la expansión de occidente, el descubrimiento y la colonización de América.[9]
Por otro lado, Ianni caracteriza a las tres principales teorías movilizadas a explicar partes amplias o particulares del capitalismo, la teoría sistémica, la weberiana y la marxista, a partir de su historicidad, ahistoricidad o metahistoricidad.[10]
En el capítulo La idea de globalismo, Ianni incluso pareciera remitir a las críticas de Vilas a la teoría sistémica, que considera la más generalizada porque permite saltar de la realidad a la virtualidad fácilmente. Ianni la identifica por sus usos entre grupos universitarios y empresariales, con una tendencia clara a considerar al todo sistémico como orgánico, funcional, autorregulado, homeostático y cibernético; es decir, susceptible de perfeccionamiento, cambio o reorientación, pero siempre en términos de un refinamiento del status quo. Así se interpreta la realidad social, sea local, regional, nacional o mundial, según razones gubernamentales, geopolíticas, de las corporaciones transnacionales, de las organizaciones multilaterales u otras. La interpretación sistémica es la que tiende a ser predominantemente ahistórica.[11]
Sobre sistemas sociales intencionalmente producidos, la teoría sistémica incorpora contribuciones funcionalistas, estructuralistas y evolucionistas, y considera a las disfunciones, anomalías y desequilibrios, propias del sistema y que el sistema mismo tiende a corregir. En cambio, la teoría weberiana se apoya en la racionalidad y en la calculabilidad económica. En los tipos de dominación que conviven y que se dan en diferentes sociedades, por lo que Ianni la considera una teoría de análisis suprahistórico.[12] La teoría marxista, asume que el modo de producción y el proceso civilizador capitalista nacen transnacionales. Su análisis es histórico por naturaleza, como el de Ianni, que acaba pensando en el neosocialismo como superación del momento actual.[13]

En segundo lugar, no creo que sea tampoco adecuado definir en Ianni a la globalización como una especie de gigantesca e indefinida nebulosa… que lo abarca todo de manera ineluctable e irreversible, como escribe Vilas. Es evidente que Ianni describe un proceso de amplias proporciones (incluso intenta describir una totalidad) y con un grado alto de contradicciones. Al menos así lo indica en diferentes momentos en los que ve a algún proceso social ir, a la vez, en dos direcciones opuestas, potenciándose. Como en el caso de las identidades, en las que hay fuerzas homogeneizadoras y otras que más bien recuperan identidades pretéritas como un acto reflejo a las propias fuerzas homogeneizadoras. O la aparición de integraciones y fragmentaciones, cuando se refiere a las dificultades en el ejercicio de la plena soberanía nacional, la recuperación y el abandono de los proyectos nacionales.
Es cierto que, con suspicacia, pueden verse más indefiniciones que definiciones. Como sea, Ianni enfatiza sobre la doble dirección de las transformaciones. La diversidad viene acompañada de desigualdad;[14] el caudal de información propio de la globalización, configura ciudadanos que a su vez tratan de esconderse;[15] se multiplican contrapuntos entre singular y universal, local y global, lo que produce intensos movimientos simbólicos y culturales hacia un lado y hacia otro.[16] Para Ianni, no obstante, el problema en este punto no está en la aceptación de la descripción, sino en una crítica epistemológica, que permitirá –no sólo mejorar las descripciones, sino- adaptar categorías y conceptos de la sociología que refieren a procesos que se han transformado.
Sin embargo (como sucede con Sarlo) hay un desinterés de Ianni de abocarse a una demostración que deja asentada en referentes bibliográficos. Pero quizás las dimensiones de su fenómeno lo llevan a un número de supuestos demasiado alto para quien busque demostraciones. En la prosa de Ianni puede verse con frecuencia expresiones que invitan a ver lo ‘evidente’, a aceptar que ‘estamos obligados a reconocer’, que ‘es obvio’ o ‘innegable’ que algo ha sucedido.[17]
Veamos ahora aquello sobre la globalización como ineluctable e irreversible (o sea, sobre aquello contra lo que no se puede luchar). Ianni inicia La era del globalismo indicando que el mundo entró a una era diferente, en la que todos estamos siendo desafiados por ello. Algo que no había hecho en el libro La sociedad global, publicado tres años antes, donde había escrito que: “La idea de la globalización está en muchos lugares por los cuatro rincones del mundo”.[18]
Para Ianni, discutir la existencia de la globalización, los detalles surgidos de explicar al fenómeno como una continuidad o una ruptura en la lenta expansión el capitalismo a lo largo de los últimos siglos, sería negar los efectos culturales y simbólicos que se producen en este nuevo momento (y que Sarlo acierta en describir). Y ahí sí, perder las posibilidades de construir herramientas intelectuales para luchar contra el capitalismo neoliberal. Decir que Ianni presenta a la globalización como ineluctable supone dejar de observar no ve una lucha contra la globalización como fenómeno, sino contra las desigualdades e injusticias del capitalismo. Un capitalismo, para decirlo de otra manera, que en una etapa de expansión ha logrado producir cambios en la conciencia mundial, y transformaciones culturales y políticas. En este sentido, no hay demasiados elementos en los que Ianni diferiría con los supuestos en que se apoya Vilas; es decir, en el carácter explotador y generador de desigualdades del capitalismo.
Tampoco veo una fascinación en Ianni por la globalización, que pueda asociarse a la que los nativos americanos tuvieron en épocas coloniales con los espejos de colores –como tampoco la hay en Sarlo con la posmodernidad.
Pero en el texto hay una segunda mención. Unas páginas más adelante, Vilas ahora se apoya en Ianni:

Vale la pena señalar que hasta uno de los más entusiastas partidarios de la inevitabilidad de la globalización en clave neoliberal debe admitir que ella “no apaga las desigualdades ni las contradicciones que constituyen una parte importante del tejido de la vida social y mundial. Al contrario, desenvuelve unas y otras recreándolas en otros niveles, con otros ingredientes […] Si hay algo que se reproduce y acentúa, en escala mundial, es el desarrollo desigual y combinado de las relaciones y producciones materiales y culturales […] la globalización nunca es un proceso histórico-social de homogeneización. [Ianni, 1992:125-127]”.[19]

Espero que parte de lo argumentado por Vilas se encuentre suficientemente discutido en párrafos anteriores. Sin embargo, cuando escribe que Ianni sería uno de los más entusiastas partidarios de la globalización en clave neoliberal, lo hace pasando por alto una de las argumentaciones que recorre La era del globalismo. Para Ianni, la globalización es un fenómeno de características diversas, pero la principal es que constituye un momento particular del capitalismo. Y como momento del capitalismo, no está excluida de sus males como generadora de injusticias sociales, alienación para los trabajadores y ciudadanos, etc. Pero además, si La era del globalismo nos obligara a a presentar a Ianni como partidario entusiasta, no lo sería de la globalización en clave neoliberal, sino como un entusiasta partidario de una globalización neosocialista.[20]
Por otra parte, si nos ceñimos a las ‘seis ideas falsas’ que Vilas utiliza como argumentos desde América Latina para refutar a la ideología de la globalización, también veremos que Ianni solo representa cabalmente dos. Para Vilas, las falsas proposiciones de la ideología globalista consisten en presentar al fenómeno: a) como algo nuevo; b) como proceso homogéneo; c) que permitiría, antes o después, y en particular que los pueblos latinoamericanos, una igualdad en desarrollo, cultura y bienestar a los países europeos y a Estados Unidos; d) conduciendo al progreso y al bienestar universal; e) de manera que a partir de la globalización de la economía, vendría una globalización de la democracia; f) y que a su vez, y por último, acarrea la desaparición progresiva del Estado o al menos una pérdida de importancia del mismo.[21]
La era del globalismo sólo responde afirmativamente al primero y al último punto. No podría afirmarse que Ianni describa a la globalización ni como proceso homogéneo, ni hacia ningún tipo de igualdad y bienestar cultural o material, ni hacia una democracia universal. Sí, considera en cambio, al fenómeno como algo nuevo y ve con él la progresiva pérdida de importancia del Estado. Ianni no sostiene que la globalización sea algo nuevo a partir de una explicación económica (como escribe Vilas), sino por sus implicaciones culturales (que Vilas no tiene en cuenta). Y sobre la última ‘idea falsa’ de Vilas, también Sarlo tiene algo que decir. Porque si Ianni presenta la pérdida de poder de los Estados por el embate de las organizaciones internacionales y las empresas transnacionales, Sarlo amplia el problema apoyándose en un análisis del discurso de los medios de comunicación, para explicar las razones del creciente desinterés de grandes sectores nacionales por la política y la misma idea de nación, como escribe Ianni.

Eagleton y Sarlo coinciden en que un fenómeno del pensamiento político de estos tiempos va en dirección a ver partes de la realidad (Sarlo piensa que el hacer de los expertos es irresponsable porque al seleccionar una parte sobre la que hacer, estos se desentienden políticamente de los efectos sobre el resto) o en criticar y censurar la construcción de ciertas totalidades (para Eagleton, las totalidades infunden un temor teórico). Según Eagleton,

Existen pensadores radicales, que piensan sinceramente que la creencia en la totalidad es un impedimento mesmerizador para el real cambio político, como esa clase de estudiantes mentalmente bloqueados que se sienten incapaces de decir algo a menos que lo hayan comprendido todo.[22]

Es esa totalidad por la que se esfuerza Ianni, y a la que Vilas siente como reflexión vaga y gaseosa. Es curioso que Eagleton vea que así como ciertas totalidades son censuradas, los estudios de este periodo político adquieren una especificidad que no permiten pensar absolutamente nada sino sostener un pensamiento y una posición cuyo valor es justamente ese, sostenerse.

Se podría esperar entonces que un periodo como este fuera abundante en varias vertientes de seudomisticismo, enamorado de todo lo que se deslice hacia el concepto, dominado por esos espasmos de la mente que confunden sus habituales diferencias, que producen en nosotros cierto estático estado de indeterminación en el cual la frontera entre identidad y no identidad es trascendente (por lo cual, por supuesto, no podemos conocerla) y la contradicción lógica que acabo de describir queda más disuelta que resuelta. Este “pensamiento” será en seguida preciosamente utópico, lanzando su cabeza contra los límites del lenguaje para poder vislumbrar cierto estado generalmente inconcebible más allá de él y un fantástico desplazamiento de un punto muerto genuinamente político.[23]

Por supuesto no se trata de considerar que el esfuerzo totalizador de Ianni sea aceptable porque buena parte de los estudios de una época de derrota política se hayan orientado a analizar estados de indeterminación e intrascendencia. El intento de construir una mirada de totalidad de Ianni no tiene un valor demostrativo. Por eso, sería una pérdida de tiempo realizar un análisis epistemológico a un texto que se organiza ante el desafío urgente de pensar un proceso adicional de derrota política. La totalización permite ver, no los entresijos por los que se demostraría que la globalización es reversible o incompleta, sino el entramado en el que se apoyará la hegemonía de un sistema económico y social que en poco tiempo podría desterrar a la política y declarar (sino el fin) el olvido de la historia.


Sarlo: izquierda cultural y nostalgia
En el caso Escenas de la vida posmoderna, también podemos decir aquello de que toda lectura es sesgo. En 1998 Sarlo escribió el artículo Shoppings y calesitas, que publicó una revista argentina, y fue compilada luego en el libro Tiempo presente. Este texto me parece un buen ejemplo de las lecturas a que fue sometido Escenas de la vida posmoderna. En él, Sarlo relata el encuentro con unos estudiantes de periodismo que fueron a conversar con ella sobre los shoppings-centers. “Habían leído algunos artículos y expusieron la conclusión de que la ciudad estaba mejor antes de los shopping-centers”, escribe. [24] Según el artículo, los estudiantes preguntan sobre la desaparición de formas artesanales de diversión, como la calesita.[25] A Sarlo le sorprende que los jóvenes mostraran nostalgia por algo que tenía 50 años de decadencia; y que además, pensaran que las calesitas formaban parte de una ciudad deseable.
Sarlo argumenta ante los jóvenes que no se trata de defender iconos del pasado,

sino preservar el espacio público para que lo ocupen las calesitas o cualquier otro objeto, pero que sea público, y sobre todo, de acceso irrestricto. Trato de explicar que lo que se pierde con los shoppings no es un pintoresquismo dudoso, que a mí personalmente no me interesa, sino una jerarquía de espacios en la ciudad que los shoppings han reorganizado según las imágenes y las necesidades del mercado. Los estudiantes de periodismo me miran un poco defraudados. Ellos pensaron que quizá yo iba a estar dispuesta a encabezar una campaña municipal por la salvación de las calesitas. […] A ellos les interesaban unos usos pretéritos del espacio público, que yo a mi vez, consideraba irrecuperables (y, por otro lado, no manifestaba ningún deseo de recuperación). Se produjo, a esta altura de la conversación una especie de malentendido. Se suponía que yo tenía que aceptar la oposición shopping versus placita de vecindario. […] Ellos tenían razón cuando abominaban el tipo de cultura que tiene a los shopping como escenario. Yo por mi parte, quería analizar los motivos por los cuales los shoppings habían derrotado otras formas pasadas de entretenimiento. Enumeré algunos: la decadencia de los espacios públicos abandonados durante muchos años por el Estado que se desentendió de mantenerlos y, sobre todo, de actualizarlos culturalmente; la inseguridad que empuja a las capas medias a refugiarse en espacios donde la iniciativa privada garantice el orden y una cierta homogeneidad social; la victoria de un imaginario de mercado.[26]

Este malentendido es una metáfora de algunas lecturas que se hicieron de Escenas de la vida posmoderna. En este caso, la confusión le permite a Sarlo regresar a un tema que había dejado pendiente en su análisis de los shoppings-centers y el mercado, y precisar que el abandono de los espacios públicos y la transformación de las ciudades con la irrupción de los espacios privados abiertos, no responden al orden de la nostalgia, sino al de la recuperación de un Estado que logre enfrentar lógicas comunitarias a las lógicas del mercado.
No era la primera vez que Sarlo era asociada a la palabra nostalgia, en torno a las argumentaciones de Escenas de la vida posmoderna. En 1996, Sarlo publicó en Punto de vista -la revista que dirigía desde su fundación-, un artículo titulado Retomar el debate. Allí refiere a lecturas críticas que se habían hecho tanto de Escenas de la vida posmoderna como de Instantáneas; medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo, en la que la noción de nostalgia aparecía más de una vez.

En 1994 publiqué Escenas de la vida posmoderna. Horacio González, en la revista Espacios, le planteó a este libro varias objeciones que, a grandes rasgos, lo ubican en el clima negociador de la época […]. A mediados de 1996, una reseña firmada por Eduardo Hojman en Página 12, usaba el adjetivo ‘nostálgico’ para referirse a posiciones que yo presenté en un nuevo libro […] Desde Alemania, Andrea Pagni y Erna Van del Walde se ocupan en paralelo de Escenas de la vida posmoderna y de Devórame otra vez, de Oscar Landi. El mismo adjetivo, ‘nostálgico’, aparece dos veces en el artículo de Pagni y Van del Walde. Esta serie de textos me obliga a volver sobre lo dicho, ya que el adjetivo ‘nostálgico’ va en una dirección y las “soluciones de política práctica y emprendedora”, como las define González, van en otra. Se trata de ver si ese reformismo conciliador que me reprocha González es una estrategia de intelectual nostálgico de posiciones perdidas, como me caracterizan Pagni y Van der Walde.[27]

En el año 2000, Roberto Follari hace una nueva asociación con la palabra nostalgia: “Lleva a B. Sarlo a lindar con la nostalgia de la modernidad perdida, y por ello llamar de alguna manera (así resultó en una mesa de discusión que nos tocara compartir en FLACSO, Buenos Aires, 1997) a un retorno de la modernidad”.[28]
Sarlo escribe en Retomar el debate que la asociación a la nostalgia no podía provenir de una casualidad. Considera que algo debía haber en sus textos que llevaran a estos lectores a asociarla con el adjetivo que Menem (presidente argentino durante la década del noventa), usaba para descalificar a quienes dentro de su partido se oponían al viraje neoliberal, y separar a quienes sostenían los principios de justicia social del peronismo histórico. Estaría con los nostálgicos del 17 de octubre –escribe Sarlo en referencia a la fecha del primer gobierno de Perón, que simboliza la lealtad a las banderas de justicia social del movimiento-, con los nostálgicos de idearios perdidos.
¿De qué sería nostálgica?, se pregunta Sarlo. La respuesta de Pagni y Van der Walde, escribe, es inequívoca; la nostalgia es de un lugar que tuvieron otros intelectuales. Para González en cambio, reflexiona Sarlo, ella se ha alejado del discurso ‘puro y duro de la resistencia crítica’. Para uno, Sarlo tiene un espíritu conciliador y esperanzas reformistas; para otros, una resistencia a abandonar viejas posiciones críticas contra los medios y la cultura popular.[29]
Para analizar el carácter nostálgico que pudiera haber en sus posiciones, Sarlo regresa al problema de la recepción de los medios de comunicación en relación a las culturas populares: a cierto uso adaptativo de Michel de Certeau, en el análisis cultural latinoamericano. Para Sarlo, el propio De Certeau no se reconocería en un escenario tan optimista que permita que se diga que nadie es manipulado, porque todo objeto encierra en su uso la posibilidad de tácticas opuestas a las de sus fines estratégicos. El pensamiento triunfalista de los neopopulistas de mercado se asienta en una equivocación, que supone pensar que porque ningún consumidor cumple enteramente el programa inscripto en un texto, se encuentra en absoluta libertad, escribe Sarlo.
El problema de la recepción no es solamente qué hacen los sujetos con los objetos, sino qué objetos están dentro de las posibilidades de acción de los sujetos. Porque esos objetos, escribe, establecen un horizonte de experiencias para la cultura popular (como también para la letrada y los intelectuales). Las trasgresiones, las posibilidades laterales, los desvíos o los cortocircuitos que cada lector puede producir de un texto, de todas maneras están enmarcados en las indicaciones de uso. Sarlo ejemplifica con la ciudad:

Dividida de manera material y simbólica, existe el trazado de sus calles y la libertad de su recorrido tiene los límites impuestos por el escenario social. El ejemplo muestra que el círculo de las prácticas-interpretaciones es precisamente eso, un círculo en el que aún las transgresiones están contempladas por las indicaciones de uso (las indicaciones de uso dan forma y contenido a las trasgresiones). Esto no es una novedad, ni para los paseantes populares ni para los intelectuales, sean o no nostálgicos. […] El hecho de que durante décadas se haya recurrido a la teoría de la manipulación para describir lo que los medios o las instituciones hacen con la gente, el hecho de que un foucaultismo vulgar no haya encontrado sino panópticos desde los que se vigila a todo el mundo, en fin, todo eso, no autoriza a pensar que la verdad reside en la inversión lisa y llana de la teoría manipulatoria.[30]

Lo que la teoría de la recepción ha olvidado de tratar es el problema de que las libertades del lector (o del sujeto frente a los objetos) son limitadas, y están en estrecha relación con los propios objetos. Por otro lado, ¿el empobrecimiento, material y simbólico, no presenta acaso el marco sospechoso en el que se daría la explosión de libertades? Pero además, escribe Sarlo, no tendría caso hablar de transgresiones, desvíos o tácticas secretas, si no existiera un mapa de indicaciones y caminos prescriptos. Ese mapa es fundamental para ver qué resulta de las trasgresiones de los receptores, pero sin olvidar la pregunta (algo que suele suceder cuando se pone en primer plano la mezcla cultural y en segundo el de los discursos que entran en el proceso) de qué se mezcla en la mezcla, ya que es obvio que no vivimos en un vacío de experiencias.
Sarlo ejemplifica con lo que sucedió en Argentina en treinta años de un servicio de teléfonos deficiente. La experiencia desastrosa no había servido para llegar a la conclusión de que su administración debía ser cambiada. Sin embargo, escribe Sarlo, es una novedad que en los últimos diez años la gente empezara a pensar que la solución al problema era la privatización. “Otros discursos debieron, antes, vencer el discurso estatista nacionalista sobre los servicios públicos que formaba parte del sentido común, aunque pusiera en tela de juicio los resultados de la experiencia. La experiencia de todos los días no alcanzaba para afectar ese imaginario”.[31]
Entonces regresa a una explicación que parecía dada en Escenas de la vida posmoderna: “para mí lo interesante de la cuestión sobre intelectuales, sectores populares, opinión pública y medios es el modo en que se configura su interacción. Es diferente una sociedad donde la escuela no está en crisis, que una sociedad donde la escuela está completamente vaciada de prestigio simbólico y oferta cultural”. Para Sarlo, las estrategias de desvío de los sectores populares

van a ser de un tipo cuando se trate de un Estado que proporciona servicios plenos e igualitarios, y de otro tipo cuando la institución parezca más exhausta que una patrulla de boy-scouts perdida en el desierto.[32]

Sarlo responde a Pagni y Van del Walde, que relacionar valorativamente presente y pasado, no debería (sino desde un razonamiento absurdo) considerarse nostálgico. Se trata de pensar que –como el molinero de El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg, escribe- la mezcla que los sectores populares está enriquecida por los libros o por instituciones que tienden al nivelamiento democrático y la comunicación de saberes que los individuos posee, como lo aprendido en la escuela.

Sarlo no parece ser nostálgica; ni Ianni, un entusiasta partidario de la globalización. Siempre se puede pensar en esas naturales desviaciones son propios de los libros y las lecturas; parte de su dinámica. Mucho más, cuando se trata de un debate acalorado en los espacios universitarios. Tal vez pueda argumentarse que tras estas lecturas se imponen algunos prejuicios regionales como por momentos parecen ser las perspectivas neocolonialistas, como los expuestos en la introducción de esta tesis. Es posible también que estas divergencias tengan origen en lecturas apresuradas surgidas de la aceleración de un nuevo modelo de ciencia, de un nuevo sistema académico que hemos llevado hacia la deficiencia sin demasiada autocrítica. Sin embargo, Ianni mismo explica una forma de desviación, de confusiones en un tiempo y escenarios, que como cuando cita a Hobsbawn, no conseguimos reconocer bien, ni comprender.
[1] Aldo Ferrer, Hechos y ficciones de la globalización. Argentina y el MERCOSUR en el sistema internacional, Fondo de Cultura Económica, Argentina, 2001 (primera edición, 1997); y John Saxe Fernández (coord.), Globalización: crítica a un paradigma, UNAM, IIES, Dgapa, Plaza & Janés, México, 2002.
[2] Ianni también menciona un gran número de intelectuales con los que sus textos buscan conversar. En la introducción de La sociedad global, publicado por Ianni en 1992, el autor menciona a otro intelectual latinoamericano: “Renato Ortiz, quien también anda por el mundo lidiando con la globalización”. p. 1.
[3] Ibid., p. 22-24.
[4] Saxe-Fernández, op. cit. p. 10.
[5] Vilas, op. cit. p. 82. Las fechas que Vilas utiliza para referirse a textos de Ianni, corresponden a La sociedad global, La era del globalismo y Teorías de la globalización, respectivamente.
[6] Ianni, La sociedad global, capítulo: “La historia de la mundialización”.
[7] Ianni, La era del globalismo. Ver capítulo: “La idea del globalismo”.
[8] Ibid., capítulos 1, 4, 5, 6 y 9.
[9] Idem. Sobre este punto, ver pp., 12-20, 40, 50, 87-91 y 104.
[10] Idem, p. 170.
[11] Idem, pp. 171 y ss.
[12] Idem, pp. 175-177.
[13] Idem, p. 179.
[14] Idem, pp. 9 y 150.
[15] Idem, p. 147.
[16] Idem, pp. 30-31.
[17] Idem, pp. 17, 21, 24, 26, 33, 34, 37, 38, 41, 45, 67, 68, 70, 71, 86, 93, 97, 100, 104, 106, 112, 113, 114, 115, 121, 128, 131, 149, 150, 153, 155, 156, 183, 184 y 185.
[18] Ianni, La sociedad global, p. 1.
[19] Vilas, op, cit. pág. 82. El autor cita La sociedad global.
[20] Ianni, La era del globalismo, capítulo 8.
[21] Vilas, op. cit. p. 70.
[22] Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo. p. 30.
[23] Ibid., p. 33.
[24] Sarlo, Tiempo Presente, p. 79.
[25] Tiovivo, carrousel.
[26] Ibid., p. 79-80.
[27] Idem., pp. 214-215.
[28] Follari, Roberto, “Territorios de Polémica”: en Revista Latina de Comunicación Social, número 35, La Laguna, Tenerife, noviembre, 2000.
[29] Sarlo, Tiempo presente, op. cit., p 215.
[30]Ibid., pp. 218-219.
[31] Idem, pp. 222-223.
[32] Idem, p. 224.

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