lunes, 27 de agosto de 2007

CONCLUSIONES

Mientras trabajaba con Ianni y Sarlo fue configurándose para mí, un mapa de los problemas de muchas naciones periféricas, especialmente de las latinoamericanas. Sé de antemano que hablar de un mapa, es decir, de un objeto gráfico, puede producir confusiones. Pero ese mapa ahora me sirve para expresar lo que en el transcurso de la investigación cobró relieve. Ese mapa, ni siquiera ahora tiene una definición total; pero tuvo desde el inicio una línea principal que separaba dos territorios más bien difusos. Era una línea divisoria, de frontera, que me parecía había entre dos intelectuales de nacionalidades diferentes que miraban dimensiones distintas de los problemas actuales. Los tramos en que esa línea única se diluía eran (como en las fronteras políticas de los países) los espacios que hacían a su vez posibles contactos y entendimientos (que en las fronteras es allí donde las poblaciones comparten costumbres, lenguas, consanguinidades y experiencias) que justificaban aquellos otros tramos que tenían el grosor del accidente orográfico. Cuando Ianni hablaba de industria cultural, o Sarlo de los shoppings globales, uno pasaba al territorio del otro y permitía comprender aquellos otros espacios en donde parecían tocarse con indiferencia (como cuando parecía que a uno le interesaba la globalización, y a otro la posmodernidad).
La línea de interés, la frontera entre dos intelectuales diferentes, se transformó en horizonte y con ello el mapa se convirtió en paisaje. Uno arriba y otro abajo. Ianni con la visión general, global: aérea. Porque en pocas ocasiones Ianni hacía foco para describir un fenómeno con actores particulares. Desde el aire, Ianni apenas tenía referencias nacionales identificables; aunque el problema nacional fuera central para su argumentación. Sarlo en cambio, siempre miraba un caso particular, la situación local de varios de los fenómenos a los que Ianni refería concediéndoles apenas una mención en su fresco general. En el libro de Sarlo, todo es referencia a escala humana, de caminante, de observador directo, de hombre común frente a la pantalla. Si Ianni apenas echaba vistazos particulares; Sarlo, parecía que apenas lo hacía de manera general.
Encontrar un horizonte en que creo ambos se complementaban, diluyó el interés por delimitar a los dos territorios en sus fronteras individuales. Es decir, perdí el interés por definir las referencias de cada uno de estos textos en sí mismos: que hubiera consistido en delimitar los intereses de Ianni y Sarlo, en el marco de una tradición que les fuera propia o en la que supuestamente hubieran querido insertar su discurso. Eso hubiera consistido en analizar lo dicho por Ianni sobre la globalización en el entramado de lo que se había escrito sobre la globalización; o lo que Sarlo tenía que decir sobre la posmodernidad y la situación de la cultura en el entramado discursivo que había ido formándose en los estudios culturales latinoamericanos. Para este camino, que consistía en hacer una crítica intelectual de la producción de los años noventa; eran útiles los análisis que dejé apartados al final. Allí mantuve lo que pudiera ayudar a pensar sobre la situación de los intelectuales y de la recepción de textos. Esencialmente porque ambos poseían referencias al problema de esa recepción, al hablar de las ciencias sociales y la academia. Eliminé aquello que hubiera podido llevar al lector a mostrar el resto de las fronteras que Ianni y Sarlo tienen con otros territorios de análisis (en los que a la vez habría nuevos límites, firmes y difusos) pero dejé ejemplos de la crítica de Ianni a las ciencias sociales y en latencia, una pequeña discusión sobre el estado de la recepción (no en la abstracción compleja del yo moderno) en nuestras academias.
Porque, ¿acaso no sería interesante tratar de responder, por ejemplo, qué habría llevado a Vilas a calificar a Ianni, de entusiasta partidario? Por momentos parece (como escribe Sarlo cuando analiza el papel de la izquierda cultural y política) que “la revolución neoliberal nos dejó malamente colocados”[1] y que en estos años ha resultado más fácil calificar que entender, definir que comprender. Es una crítica aceptable teniendo en cuenta de la resistencia que Ianni advierte para cambiar la forma de ver y analizar la conformación de conciencia, hegemonía o clase social, y devolverle a estas categorías utilidad para imaginar otro mundo. Pero, varias discusiones podrían derivarse de las posturas de Ianni y Sarlo cuando encuentran estos puntos de fuga en las críticas a sus trabajos como ejemplo de lo que ellos mismos pudieran abarcar. Por ello, he creído que las discusiones mencionadas en el apartado final, El trabajo intelectual, deben leerse con las claves expuestas por nuestros autores. Es esa dirección la que nos lleva necesariamente a una evaluación crítica del hacer académico, últimamente tan cerca del Robinson de Locke, siempre necesitado éste de crítica y reconstrucción.

En aquel horizonte los argumentos y las miradas de estos libros se vuelven contiguos, y permiten hacer preguntas. Por ejemplo, ¿aquellas operaciones de velocidad y borramiento que propone la industria cultural de la mano de la televisión (que Sarlo ve mientras hace zapping en la televisión argentina), se engarzan con el ideal de la construcción de una ‘cultura global’ del capitalismo en expansión (que Ianni ve como efecto natural de un nuevo modelo de producción)? Es decir, ¿se trata de detener la reproducción de la identidad nacional y a la vez proponer la identidad global como sustitución? Y si esto es así, ¿de qué manera entonces, una sociedad con lazos comunitarios degradados y con una creciente ‘identidad global’ (desde la que es posible prescribir comportamientos, señalar lo aceptable y lo anacrónico) podrían impulsarse criterios nacionales contrarios a los intereses comerciales trasnacionales que discutieran los medios?
¿Es la operación simbólica producida específicamente en los jóvenes (colonizados por el discurso y los símbolos del mercado, mientras se agudiza la crisis de la institución que repartía las herramientas simbólicas a los de menos recursos, como escribe Sarlo), la que permite que la industria cultural del capitalismo en expansión reproduzca más fácilmente una historia global (cuya principal víctima son los proyectos nacionales, como escribe Ianni)?
¿La extraterritorialidad del shopping, en la que se expresa con mayor claridad un universo de significantes mercantiles extranacionales (como escribe Sarlo),[2] es una de las formas con que la distribución mundial de las mercancías afectó a las culturas nacionales, las identidades y los patrimonios culturales de las naciones (como escribe Ianni)?[3] O de otra manera, ¿es la globalización de sentimientos un proyecto del mercado más que publicitario, político? Y, si el capitalismo (al adquirir dominio y expresión global) “incluye necesariamente el desarrollo de una cultura a escala global”,[4] ¿no formaría parte natural de su proyecto, que la industria cultural (herramienta simbólica del mercado o intelectual orgánico de las clases dominantes, escribe Ianni)[5] propicie “la erosión de la memoria” de las comunidades nacionales y una desconfianza en las autoridades tradicionales (como escribe Sarlo)[6] que fueron encargadas de reproducir proyectos de idearios constitucionales?
Ianni y Sarlo también coinciden en describir la aparición de enclaves civilizadores del mercado o de la globalización (como las zonas francas, o los shoppings centers). También coinciden al ver entre las características de la industria cultural el bombardeo de significados y el borramiento de sentidos, que erosiona las relaciones de los individuos con el pasado comunitario, con un discurso universal sin épica ni identidad concreta. Un discurso que incluye una configuración sentimental, moral, política, etc. común, que responde a una lógica de beneficios, de mercado, de un capitalismo en expansión que se globaliza. Es, digamos, la penetración que Ianni hace en el ámbito de Sarlo. Aunque apenas habla de la industria cultural, que es uno de los vértices del análisis de Sarlo. Pero este es un ejemplo de la manera en que coinciden, al punto que uno pareciera seguir y ampliar la argumentación del otro, pero con indiferencia (ninguno refiere al otro, sus referencias son diferentes y eso que suele llamarse objeto, se supone que también).
Y en esta línea fronteriza hablamos de los medios de comunicación; la industria cultural; de los individuos y las comunidades ‘al calor de la luz cromática’, del trabajador conectado a través de una pantalla y de una red mundial; el arte y su reproducción para la cultura de masas; de Adorno y Benjamin; del impacto de las revistas y los diarios en el siglo pasado y en el veinte; de la televisión, más mensaje que medio; del lugar de los intelectuales cuando la legitimación se ha vuelto mediática; de los nuevos expertos que esparcen en los medios “un conocimiento técnico que, como el dinero, no tiene olor” (como escribe Sarlo); de los medios impresos y electrónicos: una “especie de intelectual orgánico” (como escribe Ianni); de la tenaza cerrada entre organizaciones internacionales y medios de comunicación, que hoy ciñe al escaso futuro de las políticas nacionales; de la política que adapta su discurso al de la televisión, porque está obligada a intervenir en ese lugar que justamente la deslegitima, y mina el espacio de su hacer (como escribe Sarlo); de la mundialización de la cultura (como escribe Ianni); del lugar del ‘sentido común’ que ocupa la industria cultural; de conciencia social y hegemonía; de Althusser y Gramsci; de la destrucción de la política pública y la instauración de un orden privado, un orden nuevo.
Este es el terreno que Sarlo explora en la experiencia argentina, al que Ianni apenas señala en su mirada global. Para él, la destrucción de los poderes de las autoridades nacionales, tiene más que ver con las organizaciones trasnacionales que promueven políticas públicas (Fondo Monetario…, etc.), que con la lógica de acumulación de los medios de comunicación. Para Sarlo, el poder de la televisión crece en el espacio donde pierden lugar la escuela, la política, los intelectuales, el arte, la cultura letrada y la popular. Su lógica es la del beneficio económico de mediano plazo.
Pero ¿qué nos dicen juntos? Que la universalización de la cultura que impulsa la industria cultural es acompañada de la disminución del poder de las culturas locales (letradas, populares, en una crisis que se ve acelerada por el discurso de los mass media). Que las organizaciones políticas nacionales (presionadas por organismos trasnacionales), son minadas intramuro por los medios de comunicación locales (aun cuando respondan a intereses económicos de grupos mayoritariamente o parcialmente nacionales). Que la industria cultural imprime mejor su mensaje cuando puede (sino borrar) detener otras impresiones en el encuentro de los jóvenes con la educación formal (que es donde la nación se reproduce como programa institucional). Que los medios de comunicación pueden tener intereses locales y económicos de mediano plazo; pero su hacer se inserta en un proyecto mayor: la lógica de los negocios en la globalización del capitalismo como sistema, y para el que los nacionalismos tanto como los proyectos nacionales son (como escribe Ianni), adversarios únicos.

Haré una referencia personal para explicar algunos tramos del último capítulo de la tesis. Los años en que estuve unido al Posgrado de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México, fueron también años de extranjería. Mi descubrimiento de México -coincidente con el de América Latina como región-, estuvo por la aparición de la historia política de México (que abracé con esa pasión que muchas veces produce lo que nos es extraño. Para mí, la historia mexicana era nueva). Estudio y vida personal se imbrincaron, como siempre, de manera curiosa. Yo había estudiado comunicación social en la ciudad de Córdoba, y había vivido el mayor tiempo de mi vida en el norte argentino, esto quiere decir aquí: lejos de Buenos Aires. Cuando llegué a México en 1999, sabía poco del mundo indígena mesoamericano. Pero ya había reflexionado sobre las palabras quechuas que existen en mi lengua materna del noroeste argentino, región periférica del imperio incaico.
En los jardines de la ciudad universitaria (en la academia platónica), se percibían preocupaciones y sentencias. Las preocupaciones tenían visos de cisma urbano, de tema nacional: el levantamiento armado de los indios de Chiapas, que parecía ser el horizonte de cualquier asunto nacional. El tema indígena aparecía en aquellos años fragmentado y multifacético como un verdadero nudo de la sociedad “mexicana”. Muchos veían (o veíamos) en esta lucha de los indígenas mesoamericanos todos los resabios de la dominación colonial, o una estructura de dominación racial y cultural tan idéntica y tan enmascarada en el Estado Mexicano, como la situación en la que estaban esos indios que hoy se enmascaraban en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. La mejor manera que el México que se sensibilizaba al problema indígena encontró para explicarse esta guerra justa, fue la del retraso de los pueblos originarios en adquirir ciudadanía e igualdad con ellos mismos, los mestizos y ladinos urbanos. El re-conocimiento de este antiguo conflicto produjo inmediatamente estudios universitarios y una revitalización de los estudios del mundo prehispánico. La sensibilidad del español por entender a los pueblos originarios ahora vivía una oportunidad de ampliarse (luego de que fueran asentadas las bases nacionales de la tercera república mexicana) a esa capa que suele denominarse inapropiadamente mestizos, ladinos, frutos de la revolución de 1917 y del ideario vasconceliano. Éstos tenían la oportunidad de rever su pasado en aquellos indios vivos que se levantaban encapuchados desde las montañas mayas. Para mí, que creía provenir de un país sin conflictos étnicos mayores, estaba la sentencia admonitoria de que, hiciere lo que hiciere, me sería imposible entender México.
En ese mismo momento iniciaba algo que fue llamado la transición política, la transmisión del poder del partido del régimen (mestizo, pero controlado por una compleja oligarquía nacional en la que sobrevive el cacicazgo) al brazo político directo de esa oligarquía, el Partido de Acción Nacional. Esta transmisión del poder fue presentada como una ampliación democrática aunque en realidad constituyó un recambio de funcionarios y una remodelación del sistema autoritario que el Partido Revolucionario Institucional parecía haber agotado. Sin una dictadura a cuestas, México debatía ampliaciones democráticas en un espacio de garantías individuales restringidas y periódicos recrudecimientos de una violencia similar a la impulsada por el capitalismo norteamericano en otros países de la región: un terrorismo de estado contra la disidencia política nacionalista de izquierdas. Se hablaba de una democracia sin adjetivos y se adjetivaba la palabra dictadura como perfecta y hasta ocasional.[7] Lo cierto es que esa dictadura perfecta, sostenida para y por una oligarquía reverdecida con el espíritu neoliberal, había logrado mantenerse en virtud de una gran cantidad de mecanismos de control político: estructuras de mediación para la disidencia; cooptación de intelectuales, líderes y población marginal; diversas técnicas de fraude electoral; un uso faccioso del entramado de poderes republicanos para garantizar la impunidad y negar el acceso a la justicia de la disidencia; y un sistema de violencia de Estado selectiva (desde la década de 1960, en México han sido constantes las violaciones, suspenciones de las garantías individuales y el uso del poder de manera facciosa) hacia los movimientos sociales estudiantiles, partidistas, obreros, campesinos o indígenas.[8] Es decir, con o sin dictadura y democracia con adjetivos, en México también se ha llevado adelante un genocidio contra la izquierda latinoamericana que reivindicaba formas de independencia y soberanía popular. Sin una evaluación cabal y cambios profundos de estos mecanismos autoritarios, no parece ya que lo que ha venido llamándose transición política de 1968 al año 2000, sea otra cosa que una entelequia rentable, significante sin significado.
Yo venía de un país que había tenido una dictadura, y había dado su gran batalla entorno a la verdad y la justicia de esas garantías vulneradas durante los años de la tercera esposa de Perón –María Estela Martínez- y los cuatro comandantes militares del llamado Proceso de Reorganización Nacional, los generales Videla, Viola, Galtieri y Bignone. Pero curiosamente, y gracias las promesas de campaña de quien gobernara México tras el largo periodo priísta, estudié (como algo nuevo) los crímenes de Estado en México llevados a cabo por el ejército nacional durante los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo, a fin de escribir un informe histórico sobre aquellos años dentro de una Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, en la Procuraduría General de la República. No sabía mucho de la experiencia guerrillera Argentina (tenía trece años cuando empezó el gobierno de Raúl Alfonsín) más allá de la seguridad de que nunca más debían cometerse esos crímenes. La perspectiva de los crímenes de la dictadura militar argentina, con características muy similares a los crímenes en México, Chile y Uruguay, me llevaron a pensar en que estos crímenes sólo podían explicarse de manera regional. De lo contrario, sus explicaciones eran demasiado parciales, y muchas veces, producían falsas discusiones.[9] Había que pensar que era el capital organizado a través de sus burguesías nacionales (no se trataba de buscar la explicación en características intrínsecas de las fuerzas armadas, ni en las perversiones psicológicas de un gobernante, ni las equivocaciones de un movimiento social lanzado a buscar el cambio social de manera violenta) con el aliento ideológico y político de la Guerra Fría y el neoliberalismo antinacional y globalifílico, había iniciado un genocidio de la izquierda latinoamericana de liberación, que sigue en curso (si se piensa lo que ocurre en Colombia y lo que puede ocurrir en México).
Sufrí entonces (como algo nuevo) el acoso institucional y de un funcionario público para imponer un criterio histórico. Nunca había trabajado en el Estado, pero había leído a George Orwell. El gobierno mexicano de transición a través de un fiscal especial, buscó garantizar la impunidad de los crímenes del pasado atacando en abstracto (sin llevar adelante un proceso probatorio consistente ni una verdadera acumulación de pruebas) a Echeverría. Un proceso probatorio consistente hubiera demostrado con claridad que el ejército mexicano se encargó de llevar adelante un genocidio contra su población nacional disidente con la creación de varios campos de concentración en el territorio nacional, en donde fueron torturadas varias miles de personas, ejecutadas, desaparecidas o lanzadas vivas al mar como parte de un sistema de eliminación de la disidencia enseñado en la Escuela de las Américas, hoy Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica. Llegó entonces la experiencia de un fraude electoral en el año 2006 (que también sentí como algo nuevo), en el que los medios de comunicación desempeñaron un conspicuo papel que bien puede mirarse a la luz de lo escrito hasta aquí. Yo venía de unos años que habían conocido la imposición violenta pero no un fraude electoral nacional.
Ianni y Sarlo no se detenían a analizar aquellos años violentos, sino los que ellos consideraban subsiguientes. Para ellos, el disciplinamiento militar es un momento previo al disciplinamiento del mercado y los poderes empresariales del capitalismo en expansión. En todo caso, al disciplinamiento de la industria cultural con la consecuente pérdida de soberanía política y la profundización del fin de los proyectos nacionales que había iniciado con la eliminación física de la población que aspiraba a un modelo no capitalista. Las preocupaciones de Ianni por el sistema de presión de las organizaciones internacionales, la propia internacionalización del capital y sus instancias de control extra nacionales, da pie para iniciar un debate central para las naciones latinoamericanas en una etapa posneoliberal. Sarlo contribuye a ese debate al mostrar las ilusiones del mercado y sus efectos sobre las soberanías populares, así como el problema del repliegue de lo público. Entre ambos ayudan a pensar el embate de los medios de comunicación a todos los proyectos nacionales que busquen recuperar la soberanía popular de los recursos nacionales. A ver con claridad que su discurso (consumista, cursi, racista, machista y en apariencia plural desde el punto de vista ideológico) se perturba ante la posibilidad de que un grupo de nacionalista se acerque al poder y pueda amenazar la organización jurídica que ha permitido la concentración de la riqueza de las últimas décadas. De la misma manera que para detenerse en las razones por las que los medios de comunicación del mercado evitan referirse a los crímenes de Estado cuando estos se cometen en beneficio de las oligarquías nacionales y de empresas transnacionales con negocios locales.
Ahora resulta necesario ir más allá de la combinación del pensamiento de nuestros autores tras unas décadas de crisis, fruto de modificaciones culturales, de la renovación del modelo del intelectual en estos años y la propia crisis de las izquierdas política y académica de cuño crítico y marxista. Sarlo describe con claridad la transición del intelectual solidario al analista a sueldo del propio medio que lo legitima. La academia, también a merced de un Estado que ha buscado suicidarse, vive su propia crisis. En ella, hay quien repite como farsa la tragedia de Ulises, y se aferra a un mástil ideológico que trata de negar el análisis de lo político o lo destierra regresando a las ilusiones de la objetividad científica. Lo que ha sido llamado el fin de las ideologías tuvo variados efectos sobre el pensamiento crítico. Entre ellos, una poderosa estampida de gran parte de los conceptos que pudieran vincularse a eso que se ha llamado el socialismo real. Algunas de las variantes del pensamiento crítico se han auto encasillado en discusiones metodológicas o en análisis de escasa trascendencia. El descrédito de la política, que debiera ser motivo de análisis de las ciencias sociales, ha hecho mella en los propios estudios universitarios. Son pocos los que en las universidades entienden su hacer como político, mientras parece que una mayoría supone que la política es un asunto de opiniones, que más bien tiende al científico de sus ocupaciones.
Ahora, tras el análisis de este embate económico y cultural contra las organizaciones nacionales en los últimos años, hemos nosotros recuperado algo de los años previos. Sobre todo el violento disciplinamiento político. Hicimos mención también de los conflictos que en los últimos años tuvieron los gobiernos y los candidatos de izquierda con los medios de comunicación por cuestionar el modelo económico y cultural de la expansión capitalista al querer fortalecer los valores de la nación y sus instituciones de reproducción. Los años del disciplinamiento genocida de los años setenta, que contaron con la complicidad de los medios de comunicación, sirven también para pensar en futuros posibles, a partir de lo que produjo en términos culturales e ideológicos en la sociedad de los años siguientes. Supusimos, porque esto subyace al pensamiento de nuestros autores, que algunos elementos culturales observados en Buenos Aires o São Paulo, no le fueron ajenos a algunos otros habitantes latinoamericanos. No solamente hicimos esta suposición porque en ciudades o pueblos latinoamericanos se vea una misma televisión (como parece sugerirse desde algunos análisis culturales), sino sobre todo porque hemos comprendido que la región tiene una historia común, con continuidades que tienden a explicarse a partir de las relaciones de dependencia nacionales. Es decir, que no renunciamos a la explicación regional en cuánto que ésta muestra vitalidad. Y en este caso, la que lleva a apuntar a la cuestión de a manos de qué poderes nuestros países han perdido soberanía.
En este sentido, también tratamos de contener a las explicaciones puramente nacionales a la luz de las similitudes históricas de los países latinoamericanos aún desde las guerras de independencia. Sobre todo después de la consolidación de nuevos potencias atlánticas, como Inglaterra a finales del XIX y Estados Unidos a mediados del XX, que lograron imponer nuevas formas de dependencia y apropiación de recursos en nuestros países utilizando mecanismos políticos y culturales de dominación, diferentes a los que habían operado durante la colonia. Los trabajos de Ianni y Sarlo presentan con claridad algunas de estas operaciones de dominación. He querido al final señalar el problema de la violencia porque vista desde una perspectiva amplia, ésta parece estructural y recurrente. Incluso la experiencia colombiana (de guerra contra el “narcotráfico) viene a confirmar que, como en México, no era necesaria una ruptura institucional militar, para suspender las garantías de la población disidente de orientación comunitaria o socialista. Además, que tampoco se trata de un proceso aislable a los setentas, o a la guerra fría y la doctrina de seguridad nacional. La efervescencia de los mercados, la industria cultural y las organizaciones internacionales controladas por el capital transnacional, constituyó un momento de presión pacífica, digamos. Pero la violencia y sus lógicas, diría von Clausevitz, son continuaciones de la política por otros medios.
Los análisis de Ianni y Sarlo, vistos desde la perspectiva latinoamericana, debieran poner en alerta a las comunidades que aún no detienen la destrucción de sus bases nacionales, su sistema de reproducción, y se lanzan a la reconstrucción de la soberanía política de sus pueblos.
[1] Idem, p. 230.
[2] Sarlo, Escenas de la vida posmoderna, p. 21.
[3] Ianni, La era del globalismo, p. 101
[4] Ibid., p. 124.
[5] Idem, p. 126.
[6] Sarlo, Escenas de la vida posmoderna, p. 109.
[7] Como dictadura perfecta definió Mario Vargas Llosa el modelo político del PRI, y su amplio proceso de cooptación intelectual que permitía mantener silenciados a buena parte de la intelectualidad nacional. El uso de dictadura ocasional, más ingenuo que el anterior, corresponde a Jorge Volpi en La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, Ediciones Era, 1998.
[8] Tasso, Pablo, Los mecanismos de control político en México, en proceso, México, marzo 2007.
[9] Muestra de estas explicaciones parciales son tanto la Teoría de los dos demonios (utilizada en Argentina por la prensa nacional que había encubierto los crímenes) como la de la Inmolación generacional (que en México es usada por la izquierda que, criticando la decisión de muchos grupos de tomar las armas contra el autoritarismo genocida del PRI, denuncia los crímenes de Estado tras distinguir si estos han sido contra población civil pacífica o población civil insurrecta) y la de Terrorismo con narcotráfico, (utilizada en Colombia para asesinar, otra vez con el apoyo norteamericano, a todos los miembros del partido de izquierda Unión Patriótica, durante los últimos años).

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