lunes, 27 de agosto de 2007

CULTURA, IDEOLOGÍA Y HEGEMONÍA

Ianni quiere señalar que, en el marco del impulso de una ‘cultura global’ reproducida por la industria cultural y la expansión económica del capitalismo, las condiciones de formación de conciencia social son completamente nuevas. Pero además, estas condiciones también han cambiado en el proceso de rearticulación del sistema laboral global, con la flexibilización, los cambios tecnológicos, una transición del fordismo al toyotismo y sus amplios impactos culturales.[1]
Para Ianni, la caída del bloque socialista aumentó la reserva de fuerza de trabajo (hasta volverla inagotable) que se había dado en el marco de la producción mercantil.[2] Esto construyó un nuevo mapa del mundo en el que el desempleo se vuelve cíclico, estructural. Este mapa señala contingentes humanos situados en una condición de subclase, que son aprovechados por intereses de producción. Un mapa en el que aumenta la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y proliferan los fenómenos de discriminación -racial, sexual, política, religiosa-.[3] El racismo y las discriminaciones, escribe Ianni, se potencian en la lucha por el empleo. Las subclases son criminalizadas y la cuestión social se presenta como un problema inherente a la globalización del capitalismo.[4] Por ello, las condiciones de formación y toma de conciencia están influidas por los horizontes de la globalización. Es importante reconocer esto, al menos como hipótesis de trabajo, escribe Ianni.[5]
Cuando menos, es importante establecer las condiciones de formación de la conciencia del trabajador, dentro de una explicación que contemple las condiciones del nuevo escenario, y la dependencia de autoridades extra nacionales, con los que la interlocución es distante.
En primer lugar, las condiciones de vida y trabajo pasan a ser determinadas por relaciones y procesos de apropiación económica y dominación política que operan a escala global. En segundo, el paso del fordismo al toyotismo, y la flexibilización laboral, se da por encima de la soberanía y el Estado-nación. En tercer lugar, ‘la fábrica global’ multiplica las diversidades con los flujos migratorios del desempleo estructural. En cuarto, se incorpora la escala mundial dándole otro significado al trabajador junto con la mercadería, y se invita a que el trabajador se piense en el mundo para entender sus condiciones laborales y el sentido de su trabajo en el entramado comercial mundial. Estos elementos son novedosos y tienen que entrar en un análisis del problema de la conciencia y la construcción de hegemonía. Por último, la sociedad global incluye necesariamente el desarrollo de una cultura a escala mundial de impacto en las mentalidades.

La mundialización cultural, principalmente en lo que se refiere a la cultura de masas, es prioritariamente realizada y orquestada por los medios impresos y electrónicos. Ésta se organiza en una industria cultural, incluso como sector productivo altamente lucrativo, de alcance mundial. Llega a los lugares más distantes, a todos los rincones. Combinada con el marketing global, con el cual convive y muchas veces se confunde, difunde y reitera continuamente patrones y valores que prevalecen en los centros dominantes, irradiados desde las ciudades globales, tejiendo mercadería e ideología, corazones y mentes, nostalgias y utopías.[6]

En sintonía con Sarlo (cuando analiza el nuevo pacto existente entre televisión y público)[7], Ianni advierte sobre la necesidad de reconocer la eficacia de los lenguajes de los medios de comunicación. Analizar los recursos expresivos de la industria cultural (especialmente en la preeminencia de la imagen), sin perder de vista que la mundialización de la cultura lleva a pensar el impacto en las mentalidades. Aunque los medios del mundo trabajan eficazmente en varios lenguajes –palabra, sonido, color, forma e imagen-, escribe Ianni, la imagen deja al resto de los lenguajes un lugar complementario, de subordinación. Esto permite que pueda influirse sobre el sentido de los hechos, a partir de una trama de formatos que determina significados.

Tan es así, que las guerras y los genocidios parecen festivales de pop, departamentos de la gran tienda global, escenas de la disneylandia global. Los más graves y dramáticos hechos de la vida de individuos y colectividades generalmente aparecen como un videoclip electrónico informático, desterritorializado entretenimiento de todo el mundo.[8]

Pero este es el contexto (el de un enorme poder de construcción de mentalidades de la industria cultural) en el que debe plantearse no sólo el problema de la conciencia social; sino también el de la hegemonía.

Desde que los medios impresos y electrónicos pasaron a tejer un nuevo mapa del mundo, las posibilidades de construcción, afirmación o transformación de la hegemonía pasan a ser condicionadas, limitadas, administradas por una especie de intelectual orgánico no sólo sorprendente e insólito, sino ubicuo, desterritorializado.[9]

Desde la perspectiva de Ianni en La era del globalismo, los medios deben ser analizados desde los intereses que representan, en un marco amplio de capital articulado por sus objetivos a largo plazo, en la construcción de una cultura mundial afín al proyecto globalizador y como parte del amplio proceso civilizador de esta etapa de expansión del capitalismo. El proyecto globalizador presenta algo más que la modificación a escala de los problemas provinciales o nacionales, planteados por la acumulación de capital y la desigualdad social.[10] No se trataría de una organización similar pero de diferente tamaño, sino del dominio del capital transnacionalizado sobre poblaciones que han dejado de reproducir derechos claves de la nación. Entre estos derechos vulnerados están, por ejemplo, la educación (cuyo papel de reproductora de una ‘cultura común’ siempre ha sido vital para las naciones modernas, sobre todo como eslabón esencial para la igualdad de oportunidades entre los ciudadanos), o la suspensión de las garantías individuales cuando el sistema capitalista y las elites locales se sintieron amenazados por un proceso de inclinaciones sociales, como ha venido sucediendo en las últimas tres décadas en distintos países latinoamericanos.
Desde esta perspectiva, los medios de comunicación son más que un actor principal y una muestra del proceso de expansión capitalista luego de la desintegración de las economías socialistas. Para Ianni, este intelectual orgánico es posible gracias a la interrelación económica de las empresas y capitales que dominan la industria cultural; y gracias a la construcción de mensajes y formatos comunes que son retransmitidos y reinventados en todas las regiones del planeta, en medios que, aunque sean de capitales ‘locales’, responden a una lógica globalista que tiene como único obstáculo a los poderes autónomos de un Estado nacional.
Por otra parte, para Sarlo no hay dudas de que vivimos un momento de hegemonía audiovisual. Considera que en este momento ya no puede hablarse de una hegemonía cultural de las clases dominantes, porque la escuela ya no puede distribuir los saberes básicos para sostener una cultura común más allá de la comunidad imaginaria que producen los medios de masas.[11]
Y ahí queda planteado el problema y el desafío de los países latinoamericanos después de las crisis por la resolución de la Guerra Fría y el impulso del proyecto neoliberal de la globalización del capital. Curiosamente, los mismos presidentes mencionados al final del capítulo anterior por sus conflictos con los medios de comunicación de sus países, hoy buscan recuperar y reestablecer proyectos educativos democratizadores.


El proyecto nacional: crisis o renacimiento

A algunas horas del día o de la noche, millones de personas estamos mirando televisión en una misma ciudad o en un mismo país. Esta coincidencia de visión produce algo más que puntos de rating.
Beatriz Sarlo

Casi al final de La era del globalismo, Ianni cita a Hobsbawn: “nuestro drama -cualquiera que sea nuestro papel en él- está siendo actuado en un teatro que conocemos poco, en un escenario que no conseguimos reconocer bien y en medio de cambios imprevisibles, inesperados y poco comprendidos”.[12] Esta cita -que bien podría encabezar el libro-, encierra una de las posiciones de las que creo Ianni parte. Las dificultades para reconocer bien que las condiciones han cambiado, producen una doble desazón, una doble dificultad. No entender, ni hacer mucho para entender estos cambios, repercute en las posibilidades para intervenir y transformar. Para Ianni, más allá de la discusión intelectual y la reformulación de las ciencias sociales, hay que admitir que son las sociedades nacionales las que se encuentran desafiadas por este problema.
En primer lugar, por las profundas modificaciones en la forma de ser, actuar, pensar y sentir de sus individuos y comunidades en relación con su identidad, pertenencia, territorio, derechos, pasado y futuro. En segundo, porque en las sociedades latinoamericanas esto se da en un momento de crisis tanto de las tradiciones culturales nacionales que se sobreimprimen con mensajes extranacionales, como de las capacidades y fuerzas económicas y políticas de sus Estados y sus autoridades tradicionales. Por ello Ianni dice que las ciencias sociales deben transfigurarse: su objeto mismo se ha transfigurado.[13] Hay que contemplar que

La sociedad global puede verse como un todo incluyente, complejo y contradictorio, subsumiendo formal o realmente a la sociedad nacional.[14]

El paradigma clásico de las ciencias sociales está codificado en un vocabulario que significa y connota algo relativo a las sociedades nacionales; pero éstas no son unívocas ni permanecen inalterables.[15] Para Ianni, sería ilusorio suponer que la sociedad nacional adquiere en algún momento una forma definitiva, o que ésta no se desarrolla en un proceso contradictorio, errático, dirigido, integrador y fragmentario.[16] Sabemos que las sociedades nacionales obtuvieron buena parte de su fisonomía de la configuración de sus élites; también sabemos del carácter artificial que encierra la propia idea de nación, que en muchos casos es fuente de conflictos irresueltos.[17] Esto quiere decir que el emblema con el que se fundan y desarrollan las ciencias sociales era y continúa siendo problemático. Pero lo que se agrega ahora es que lentamente el Estado-nación se vuelve anacrónico, por y para la dinámica y los procesos que se desarrollan a escala mundial, y para muchos grupos nacionales que no ven necesidades de recuperar o renovar proyectos nacionales de carácter público. Para Ianni, al debilitarse la fuerza política del Estado-nación para buena parte de una población que ha cambiado su manera de verse en el mundo, queda planteado el desafío de las ciencias sociales.[18]
Ianni historiza el problema que enfrentan los países del tercer mundo, que tienen grandes dificultades para retomar sus proyectos nacionales. Señala que los procesos de industrialización por sustitución de importaciones (como parte de políticas de carácter nacional, pero en el contexto de la guerra fría), buscaban descomprimir los conflictos sociales y evitar escenarios revolucionarios en países de América Latina; y a su vez, propiciar un rebrote mundial del capitalismo. Este momento ha pasado y el desarrollo de la industrialización por sustitución de importaciones fue abandonado con el neoliberalismo, para impulsar un desarrollo para la exportación.[19]
La globalización de la economía que empezó gestando centros de decisión extra y supranacionales debilita, e incluso anula, las posibilidades de estrategias y proyectos nacionales, especialmente porque los círculos de decisión se han internacionalizado a una escala sorprendente.

En este contexto no hay desconexión posible, en términos de soluciones nacionales, autárquicas, soberanas. Todo y cualquier intento por volverse autónomo, toda afirmación de soberanía, realización de proyecto nacional capitalista, socialista o mixto está sujeto a las determinaciones globales que adquieren preeminencia creciente sobre las nacionales.[20]

Para Ianni, las transformaciones sociales que puedan operarse en nuestros países estarán ligadas a la capacidad de comprensión de estos problemas, que señalan el origen de las dificultades de reconstruir proyectos nacionales. Por eso asegura que dependerá del reconocimiento de que la política se ha deslazado, que se puedan articular, mover y concretar alternativas en políticas sociales.[21] Sin embargo, en este proceso de disgregación económica, política, social y cultural, las naciones se ven atravesadas de resurgimientos ilusorios de identidades pretéritas, y con ello regresan también las necesidades de reconstrucciones nacionales. Lo nacional vuelve a presentarse como algo irresuelto y necesario, y esto resulta paradójico.

La paradoja está en que la disgregación de los bloques geopolíticos, formados en la segunda guerra mundial y la guerra fría, en conjugación con el desarrollo intensivo y extensivo del capitalismo por el mundo, está promoviendo el renacimiento nacional.[22]

En el fondo y para muchos, los medios y las nuevas tecnologías de información (y la lenta disolución de lo nacional) ha influido a individuos a la libre construcción de identidades, a una construcción de historias comunitarias nacionales sui generis.

Individuos
Es en el terreno de los individuos, y al fin y al cabo en sus repercusiones en la democracia, donde se operan los mayores cambios y los impactos de la globalización de las ideas y sus ilusiones territoriales. Hemos dicho que Ianni presenta a la ciudad global como el lugar en el que se muestra la diversidad del mundo, donde los pueblos se manifiestan, donde se producen los conflictos. Y hemos recuperado la manera en que Sarlo ve los cambios en la memoria, historia y que se ven en las ciudades, a través de la experiencia pedagógica del shopping, los videojuegos, la televisión y la escuela. Pero apenas hemos hablado hasta aquí de una nueva manera en que los individuos se enfrentan la cosa pública con la intermediación de los mass media.
Para Ianni es importante entender el carácter antisolidario (como también lo señala Sarlo) o individualista (como se acusa al liberalismo capitalista) porque hay que pensar sobre todo en sus efectos: en un nuevo sistema de interrelación social, y las crisis de las organizaciones comunitarias y nacionales. El individuo, escribe Ianni, se encuentra bombardeado de significados y connotaciones difíciles de descifrar; y por ello se aísla, protegiendo sus sentidos, y se produce una transformación en sus modos de sentir y pensar.[23]

Frente al continuo e intolerable bombardeo de sus receptores físicos y mentales, el individuo pierde poco a poco su capacidad de responder y adopta una actitud defensiva de retroceso y desinterés, sufre de embotamiento afectivo y pierde la capacidad de discernir entre los múltiples estímulos del medio, de diferenciar lo esencial de lo superfluo, la realidad de la ficción. Los ciudadanos se mueven como en trance, en un estado de despersonalización que se manifiesta como indiferencia. El fin de estos procesos anómicos de aislamiento, apatía e inercia es el autismo social, la alienación del individuo y su extrañeza frente a sí mismo y los demás”.[24]

La ciudad se vuelve un caleidoscopio enloquecido, en el que brillan quimeras, virtualidades electrónicas, sucedáneos de realidad, y simulacros de experiencia. Es en este ambiente donde florecen la libertad y la opresión, la racionalidad y la enajenación. Pero es también, escribe Ianni, donde el individuo puede apropiarse con mayor plenitud que nunca de su individualidad y humanidad. Entre esas ilusiones surge la eliminación de las diferencias, desigualdades y jerarquías, a lo que los medios contribuyen.[25]
Pero es en esa misma ciudad donde Ianni ve surgir avanzadas formas de intolerancia, discriminación, racismo y opresión. Escribe que la diversidad y la desigualdad se refuerzan juntas, que se produce una enorme cantidad de prejuicios y estigmas.[26] Y a la vez, que muchos individuos huyen a través del sistema tecnológico que permite una forma de nomadismo. O como escribe Hobsbawn en una cita de Ianni:

Es verdad que al mismo tiempo que el mundo se globaliza, mientras la escala de la economía y de la administración de negocios se hace más vasta y mundial, existe una tendencia de las personas a mirar hacia algunas cosas con las que se pueden identificar, una especie de refugio de la globalización.[27]

En este escenario, unos buscan la identidad pretérita o imaginaria y se encaminan a la nostalgia;[28] otros reconocen que las identidades son un momento de la conciencia social, presente, episódica y fugaz, y reconocen la identidad como algo múltiple. La sensación de libertad identitaria es muchas veces expresada en la adhesión voluntaria a una cultura y tradición distantes. Este fenómeno se produce a partir de las amplias posibilidades de acceso abiertas por la internacionalización de la producción y el consumo. En este escenario también se presentan la implantación de los modelos estéticos de la industria cultural, que impacta también en las nociones identitarias. Sarlo muestra uno de sus extremos, al analizar los deseos de la clase media argentina de modificar el cuerpo a través de cirugías. Imaginar un futuro de libertades de diseño genético,[29] incluso, presenta una ilusión última: sortear la barrera racial.
Estas libertades se asientan en las ilusiones del nomadismo y el consumo cultural. Junto a ellas, Ianni advierte que se ha impuesto un orden legal organizado alrededor de la propiedad privada y la libertad económica. La comunidad se recubre de una suerte de sociabilidad basada en prestaciones personales o en la producción de valores de uso, que es sustituida o recubierta por una sociabilidad basada en el contrato, en la producción de valores de cambio. Simultáneamente se da la secularización de la cultura y del comportamiento, la individuación, la emergencia del individualismo posesivo, y en algunos casos, de la ciudadanía.[30]
Los individuos han adquirido nuevos comportamientos. Muchos ciudadanos tienen miedo, se esconden y se refugian en la ilusión de la privacidad. Se rodean de todo tipo de aparatos y equipos, parafernalias, dispositivos y otras mercaderías, de modo que al final se sienten situados, protegidos, aislados, solitarios, prisioneros.[31]

Los impactos en la sociedad son amplios. En todos lados, el individualismo mercantil, la reiteración de la propiedad privada capitalista, la furia consumista, la expansión de la industria cultural, el monopolio de las mentes y los corazones por las corporaciones internacionales de los medios, en todas partes se destruye el espacio público...[32]

Esta crisis de las identidades también permite regresar a discutir a la nación, escribe Ianni.[33] Pero es al señalar esta crisis dentro de un proceso más amplio de construcción de una cultura común como parte de una segunda etapa de expansión del capitalismo, enmarcada en el amplio deterioro de los mecanismos de reproducción de identidad nacional (especialmente el de la escuela), que Ianni y Sarlo nos invitan a pensar en la nación. En un momento de crisis de las historias nacionales, al menos en dos sentidos.
El primero, en el que tiene que ver con la interrupción o el debilitamiento del poder de iniciativa política nacional y democrática. ¿Y por qué democrática? Porque ambos ven procesos de imposición, procesos que afectan las posibilidades de decidir interna y democráticamente (y quizá esto sea en última instancia lo central) un destino político nacional que vaya en dirección opuesta a los intereses del mercado.
Para Sarlo, esto se explica a través del abandono de lo público (que tenía fines democratizadores e igualadores, y que reproducía vínculos comunitarios en la población); de la debilidad de la política (es decir, de la organización común) frente al mercado, la industria cultural y sus mass media; del impacto de la ampliación de las desigualdades simbólicas y materiales entre todas las clases sociales, pero de especial impacto para una población que (más que pensar su destino dentro del destino nacional) hoy debe atender a su superviviencia de grupo, a la propia disolución de su vínculo primario: la familia; del nuevo modelo de instauración de valores sociales en manos de un mercado, que opera según una lógica de beneficios que no alentará formaciones sociales que le sean disfuncionales (y que éstas estarán condenadas a crecer entre sus resquicios y conflictos de intereses secundarios o internos). En el corazón del análisis de Sarlo aparecen estas preguntas al análisis de la cultura en la era de la televisión: ¿Acaso ya no hablaremos de manipulación? O si más allá de las libertades de mezcla que requiere la interpretación de los mass media y su discurso hegemónico, ¿acaso el problema no sigue estando en aquello que los ciudadanos tienen posibilidades de meter en la mezcla? Las ilusiones de la televisión produce en los ciudadanos a partir su discurso (que ya dijimos, funde la noción de público con ciudadano y hace de la ‘opinión pública’ un discurso que se pliega a su lógica), ¿no producen en lugar de un proceso construcción de democracia real, a un democratismo; de igualdad de oportunidades reales, a un igualitarismo que al fin y al cabo (en crisis de reproducción lo nacional) será de mercado?
Para Ianni esa imposición viene del poder económico transnacional y de los países que dominan las instituciones del consenso de Washington, apoyado en las deudas económicas de los países emergentes y pobres, que ha transformado a la política en una sección de los problemas que los medios de comunicación le proponen a la ciudadanía; de los efectos reales de un nuevo sistema de trabajo internacional, que junto a las nuevas tecnologías, han producido para los ciudadanos la idea de la instancia global compitiendo con la nacional; de las limitaciones impuestas por la interrupción de los procesos de industrialización nacionales que buscaba formar economías independientes, con mercados importantes de producción y consumo propios, por un modelo de industrialización para la exportación; de la comprensión de que será difícil reconstruir un modelo nacional socialista a escala nacional, porque los ideales nacionales basados en la adquisición plena de ciudadanía, la igualdad de oportunidades materiales y simbólicas y el respeto a los derechos humanos plenos, están cuestionados desde el discurso hegemónico que presentan los medios de comunicación (en su discurso, el derecho a la propiedad privada adquiere carácter inalienable, y contrasta con el desprestigio con que se descuenta carga todo lo que tiene que ver con el hacer del Estado, es decir, de la propiedad pública) que más bien contribuyen a la formación de una sociedad antisolidaria.
El segundo sentido de discutir la historia nacional (que por supuesto también tiene que ver con la recuperación mencionada) enfoca el problema de la enseñanza misma de la historia a los jóvenes. Como mecanismo, los debates por el sentido de la historia son parte de una lucha permanente por la explicación del presente a través de un pasado y un futuro social, que parece por naturaleza debatible. Ianni y Sarlo también permiten discutir las operaciones ideológicas y culturales que se dan especialmente en la juventud, y que apuntan a sostener a mediano plazo una hegemonía afín al proceso de expansión del capitalismo.


Cultura e historia

En todas partes se destruye el espacio público. Octavio Ianni

Para Sarlo, hay nuevo escenario cultural. El pacto signado con la televisión ha tocado el sistema simbólico de las culturas populares y el mundo rural. Para Sarlo, las antenas de televisión tienden las líneas imaginarias de una nueva cartografía cultural.[34] El hermetismo de las culturas populares ha sido roto, escribe, y las acciones políticas de las comunidades funcionan en la medida en que son ‘mediadas’ por los mass media.

Es un fenómeno nuevo que no puede asimilarse a otra época en donde éstas (las culturas populares) vivían en universos clausurados. […] Hay que descartar toda idea que asimile lo que está sucediendo a lo que ocurrió en el pasado: si es cierto que difícilmente se pueda evocar una época en que las culturas populares vivieran en universos absolutamente clausurados, lo que está sucediendo tiene una aceleración y una profundidad desconocidas.[35]

Esta ruptura del claustro fue para las culturas populares en un primer momento, escribe Sarlo, liberador. Especialmente porque supuso una opción a las presiones de las autoridades tradicionales (escuela, iglesia y políticos) que habían mostrado ya su rostro autoritario. En el nuevo escenario, menguado el poder de las viejas autoridades, las culturas populares y éstas, compiten de igual a igual y codo a codo, con los mass media. En algunos casos, por un espacio en ellos. Se ha formado una sociedad electrónica que se presenta como sociedad de iguales, que cuestiona los imaginarios y las experiencias de las culturas populares con la política, con el lenguaje, con los ideales de belleza, salud, etc. Es decir, hay un trabajo sobre ciertas formas de su identidad social o colectiva.[36]
Pero, aunado a los desprecios históricos y culturales de esta nueva propuesta simbólica (a la que Sarlo ve en el shopping center como emblema), las identidades viven una situación de balcanización. Viven un presente desestabilizado por la desaparición de las certidumbres tradicionales y la erosión de la memoria, cuya debilidad subraya el vacío de valores y propósitos comunes. La solidaridad de aldea, mezquina, sexista, incluso despiadada con las diferencias, escribe, se ha desgarrado para siempre.[37]
Mientras se amplían la exclusión social, la destrucción de las cohesiones comunitarias y el poder de las autoridades tradicionales (encargadas éstas de la reproducción de propósitos comunes, valores y memoria), crece la inclusión en una comunidad electrónica, escribe Sarlo.[38]
En el debate por la recuperación de algunas autoridades, especialmente el del lugar de la escuela, Sarlo discute sobre las destrezas de lo aprendido en el mundo audiovisual, que proporciona un entrenamiento que tiene límites fuera de los espacios que refuerzan.[39] Aquí, cabe recuperar lo escrito sobre el mercado, el shopping y los mass media, desde un punto de vista pedagógico, y pensar que la crítica de Sarlo a la apuesta neopopulista de aceptar lo audiovisual como un sistema sin ideología, tiene que ver con apuestas del mercado, del shopping, y por último, de los medios. Es decir, plegar el análisis a intereses que no son justamente los de la ampliación de las libertades simbólicas, ni ciudadanas; intereses que operan según búsquedas de beneficios directos.
Lo que Ianni permite ver, al encontrarse con Sarlo, es que el shopping y los medios, no sólo reterritorializan, sino que erosionan la memoria y producen una sociedad electrónica, pero según una lógica extra nacional. Sarlo ve funcionar, desde un país periférico, de tercer mundo, el ingreso de capitales y la reproducción de su consumo a través del mercado. Esto es, que el mercado y las nuevas autoridades (los gerentes culturales, el periodista político en posesión de la encuesta de opinión), que ocupan lugar perdidos por las autoridades tradicionales, erosionan en un primer nivel a los elementos que fueron pilares de las construcciones nacionales, las organizaciones comunitarias y su sistema político (que arrastran una crisis que no se explica sólo con la irrupción de los medios). En un segundo orden, producen un sistema de consumo. Pero de manera general, producen una ruptura de los ciudadanos con la historia nacional, y por lo tanto, con su capacidad para pensar y trabajar por el futuro.

La globalización de los medios impresos y electrónicos, junto con el marketing, el consumismo y la cultura de masas, todo esto penetra y recubre las realidades nacionales, puebla el imaginario de muchos y modifica las relaciones que los individuos, grupos, clases, colectividades y pueblos guardan consigo mismo y con su pasado y su futuro.[40]
Derrota y gran relato



El texto de Ianni descuenta que aceptaremos cierto malestar con la propuesta de sociedad del capitalismo expansivo, y que convendremos en la necesidad de construir una nueva forma de socialismo. Por eso propone mirar los diversos aspectos en que los individuos y las sociedades nacionales han sido sometidos a nuevas formas de internacionalización (económica, política y cultural), que hoy determinan maneras de ser, sentir, imaginar y actuar. La globalización (aunque también la regionalización) de los últimos años, ha dado un golpe de gracia a las construcciones nacionales (aunque éstas conserven muchos de sus poderes reales y simbólicos). Esto lleva a pensar a Ianni, que no podrá regresarse a los antiguos proyectos nacionales. Al menos no, sin comprender el entramado que ahora mantiene real e imaginariamente unidas a las sociedades y los individuos, a un mundo que traspasa delimitaciones políticas.
El Estado-nación se encuentra desafiado no sólo porque organizaciones internacionales (FMI, BM, OMC, BIRD) hayan logrado reducir sus espacios de decisión; sino porque los ciudadanos tienen inconvenientes para pensar en los propios términos del Estado-nación. A veces consideran a las nociones nacionales como anacrónicas, fuera de moda, estériles. Sobre todo frente a las nuevas conformaciones políticas de carácter regional o global que se presentan superadoras. Gran parte de las fuerzas cobijadas en el ámbito nacional ya no se piensan a la nación como único horizonte, sino que operan y piensan a partir de las articulaciones transnacionales (económicas, culturales y políticas).
Para Ianni es importante reflexionar en las formas en que tanto individuos como sociedades se ven a sí mismas en este nuevo momento, e identificar cuales son los elementos y condiciones que intervienen en la toma de conciencia. Individuos y sociedades cambian sus ideas del lugar que habitan, y comienzan a estar mediadas por el imaginario global que surge de las nuevas relaciones económicas y culturales. Comprender las condiciones en que se apoya esta nueva hegemonía es útil si se desea un modelo de sociedad diferente, que para Ianni ya sólo podrá tener un alcance similar: un socialismo de escala global.[41]
Para Sarlo el punto de partida es la pobreza que se vive en los países periféricos, y una sociedad que ya no ve en ésta pobreza una deuda que saldar. Por ello trata de ver qué hubo en la modernidad que nos dejara en una situación marginal y con tantos marginados, y sin que, curiosamente, ello constituya el verdadero y mayor problema de la organización social, de la discusión intelectual y de la política.
Por ello Sarlo analiza una paradoja cultural de la modernidad, que en su momento de ‘consolidación’ simbólica (ante la falta de consolidación de igualdades políticas y económicas) ve minadas las bases sobre las que asentó su poderío. El programa de mejoramiento ideal de los pueblos, escribe, devino en democratismo. Y la industria cultural (que era una herramienta de distribución simbólica de la modernidad), se independizó de los valores modernos expresados en la revolución francesa.
Ianni y Sarlo vuelven a lindar; esta vez, para mostrar la confluencia de fenómenos que mantienen en jaque la recuperación de ideales políticos de izquierda, que no pueden confundir a las ilusiones libertarias de este nuevo civismo de mercado que busca sustituir con su retórica antiistitucional, apolítica y basada en el éxito personal, al deseo activado en la lucha por un sistema de igualdades y libertades reales para las mayorías nacionales. Y que este jaque de amplias repercusiones en la vida cotidiana de las mayorías semialfabetizadas y materialmente reducidas a la supervivencia, es un problema de las ciencias sociales y los intelectuales.
Por un lado, Ianni explica sobre la necesidad de superar dogmatismos, ver el fenómeno de la globalización; no para aceptarla, sino para combatir las desigualdades producidas por el capitalismo, en un escenario de configuración hegemónica diferente. Esto dice Ianni cuando analiza la situación de las ciencias sociales. Y por otra parte, Sarlo advierte que el ‘intelectual’ ha sido callado, o desplazado. Los que antes eran considerados intelectuales, hoy rechazan serlo; y otros, han sido cooptados exitosamente y son los ‘expertos’ de la esfera pública: los académicos (que trabajan como expertos en algo y no como intelectuales).[42] Esto dice Sarlo cuando analiza el problema de los intelectuales.
Estos expertos, escribe Sarlo, consideran su práctica como no política, ideológicamente desinteresada, neutral respecto a los valores. Estos expertos se desentienden de la perspectiva del bien común, amparados en la inapelabilidad de la opinión pública construida por las encuestas, que se consideran representativas de la ciudadanía.[43] Ante esto cabe la pregunta sobre si es necesaria la existencia de los intelectuales, la voz de otro (de una perspectiva de saberes y experiencias), escribe Sarlo, que se pregunte sobre la igualdad y la justicia (aunque la idea del ‘bien común’ continúe siendo no sólo problemática sino dinámica).
Ante el olvido de la historia en común (en un tiempo que para algunos habría dejado de ser histórico), ¿cómo y con qué las sociedades van cumplir con los mandatos del pasado? ¿De qué manera sobrevivirán los proyectos de nación (o cualesquiera sean los proyectos comunitarios con que una sociedad honra aciertos y paga equivocaciones)?
Para Sarlo, en la velocidad del discurso mediático, en la fragmentación de las identidades colectivas, no sólo naufragan las autoridades nacionales,

También se pierden las anclas que permiten vivir el presente no sólo como instante, al cual seguirá otro instante que también llamaremos “presente”, sino como proyecto. El pasado, como quería el filósofo, ya no pesa sobre nosotros; por el contrario, se ha vuelto tan leve que nos impide imaginar “la continuidad de nuestra propia historia”.[44]

Y no se trata de un problema de nostalgia, escribe Sarlo, ni de que en el pasado estén las claves para entender el presente. Se trata de recuperar del pasado las tareas inconclusas y las injusticias no compensadas,

De rastrear las cicatrices (muchas veces abiertas) que el pasado marca en el presente, las deudas que el presente tiene sobre las injusticias del pasado, donde hay inscriptos deberes y obligaciones y derechos que el presente debe realizar. El presente no debería mirar hacia delante con la libertad de un Robinson que se siente el primer hombre de la isla.[45]

Parece importante advertir al final que una dificultad central para pensar a los años noventa desde una perspectiva crítica como la de Ianni y Sarlo tiene que ver con la derrota. Que la derrota de la izquierda y la de las ideas nacionales está como telón de fondo de la preocupación de recuperar la iniciativa de pensar la realidad y el sentido de la historia. Esas derrotas no son menores, ni pueden escapar al análisis, y por ello me permitiré una enumeración, sólo pensando en aquéllas desde la experiencia generacional de Ianni y Sarlo, y de los procesos que aún parecen irresueltos.
La primera derrota tiene que ver con el quiebre de las esperanzas democratizadoras que constituyeron los programas educativos, sociales, sindicales y progresistas en general que se abandonaron durante el largo triunfo del capitalismo de libre mercado en los años que duró la Guerra Fría. Estos quiebres pueden verse a partir de los límites que soportaron los programas de gobierno incluyentes, iniciados en su mayoría a finales de la primera mitad del siglo veinte y detenidos (poco tiempo después) de manera violenta por alianzas entre las elites locales y sectores de las fuerzas armadas nacionales con el sentido represivo impulsado desde Estados Unidos. La región parece presentar ejemplos que permiten una lectura común y alimentan las tesis de que se vivieron experiencias particulares con direcciones análogas y un encuadre internacional común. Uno de estos ejemplos lo constituye la larga lucha por reducir (y distorsionar) las instituciones políticas de espíritu socialistas (sistema de seguridad pública, libertad de organización y lucha sindical; y un modelo educativo solidario) iniciadas y/o mantenidas en Argentina, por ejemplo, por los gobiernos de Juan Domingo Perón a partir en 1945, y que fueron descriptas ideológicamente como justicialismo. Estas instituciones, así como el propio líder del movimiento, fueron combatidas por sucesivos regímenes militares y civiles a partir del año 1955. En ese año Perón fue derrocado (al igual que en Brasil) por un golpe que autodenominó revolución libertadora. Desde Brasil, esta derrota puede pensarse a partir de la aplicación de las primeras medidas nacionalistas impulsadas desde el año 1950, durante el segundo periodo de Getulio Vargas (entre ellas, la creación del monopolio estatal petrolero: Petrobras). Las políticas nacionalistas de Vargas acabaron en una campaña contra su gobierno que empezó a resolverse con su suicidio en el poder, unos años después. Su suicidio quizás haya sostenido la continuidad de algunas acciones durante los gobiernos de Juscelino Kubitschek y João Goulart, en los que participaron sectores progresistas; pero no alcanzó para que los que siguieron lograran sostener un programa a largo plazo.[46] A estas primeras derrotas a los programas políticos nacionalistas del siglo veinte en Argentina y Brasil (vinculadas por supuesto a los efectos de las políticas de la Doctrina Monroe en América Latina), pueden asociarse las experiencias en otros países de la región. Uno de ellos, el del lento abandono en México de las políticas y las instituciones socialistas a partir de los primeros años del gobierno del general Manuel Ávila Camacho en 1940. Este abandono coincidió con el ingreso de México a la Segunda Guerra Mundial (con el fin de su neutralidad) y el triunfo de Estados Unidos sobre los gobiernos aliados. Otros casos ilustran la tragedia regional de estos años: el impulso a los golpes militares como el de Chile, contra la Unidad Socialista de Salvador Allende; o las acciones de militares, paramilitares y contrarrevolucionarias en otros países de la región como Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Paraguay o Uruguay.
La segunda derrota consistió en la propia manera en que se resolvieron los procesos anteriores, mediante la aniquilación física y política de los levantamientos guerrilleros, de sectores progresistas, procomunistas o de izquierda, que amenazaron al poder o lo consiguieron. Este aniquilamiento constituye en sí misma una experiencia común, distinta de la de los países ricos o desarrollados. Estos procesos se llevaron a cabo con el apoyo de los gobiernos de Estados Unidos, en su supuesta batalla extraterritorial con la Unión Soviética y los países comunistas que supuestamente apoyaban a las disidencias nacionales en el marco de la guerra fría. La desaparición forzada como mecanismo represivo y de Terrorismo de Estado, la implantación de regímenes inconstitucionales, y la aplicación de políticas económicas y endeudamientos que cercenaron las libertades de sus poblaciones, fueron características comunes. Estos procesos hicieron tambalear a los proyectos nacionales que se habían gestado a lo largo del siglo, al punto de que las poblaciones de muchos países (sobre todo centroamericanos) se quedaron soñando ya no con la independencia real de sus economías y destinos, sino con una anexión a la mayor potencia económica y militar del planeta, que los liberara de las luchas políticas intestinas que se habían alimentado desde Washington. Para muchos sectores sociales, aún cuando no se compartieran los ideales de la guerrilla o de los grupos aniquilados, estos crímenes constituyeron una derrota nacional. Y no porque estos crímenes no contaran con el apoyo de amplios sectores locales; sino porque fueron posibles mediante la eliminación de los derechos civiles elementales garantizados por las constituciones. Por otra parte, acerca de lo que específicamente representó esta intervención en la aniquilación de las oposiciones, debe pensarse que las historias nacionales de la región habían desarrollado importantes críticas al modelo capitalista, cuando ésta fue violentamente reorientada al sistema que salió airoso de la guerra fría. Y digo esto porque si bien estos procesos se iniciaron en diferentes momentos en los países latinoamericanos citados, es cierto también que comparten algunos elementos comunes: entre ellos prácticas de combate contra grupos insurgentes urbanos y rurales, muy similares entre los ejércitos latinoamericanos, gracias a la célebre Escuela de adiestramiento de las Américas. En Argentina, la persecución, tortura y aniquilamiento político y militar del Ejército Revolucionario del Pueblo y (luego) el sector peronista Montoneros, a partir de la creación de la Alianza Anticomunista Argentina y los grupos de tareas de la dictadura militar de Jorge Rafael Videla.[47] En Brasil, a partir de la llamada Revolución Libertadora y el golpe de Estado en 1964, que produjo el desmembramiento del Partido Comunista Brasileño, y la formación de un enorme conglomerado de organizaciones insurreccionales a partir del año 1967 (como la Alianza de Liberación Nacional comandada por Carlos Marighela, el Partido Comunista Brasileño Revolucionario, el Comando de Liberación Nacional, o la Vanguardia Popular Revolucionaria en la que militaban ex militares nacionalistas como el conocido Carlos Lamarca), cuyo fin político fue la muerte o el exilio.[48] En México, este proceso se dio sin alteración institucional, pero estuvo marcado por la detención ilegal, tortura sistemática, ejecución extrajudicial y desapariciones forzadas de militantes y simpatizantes urbanos y rurales de las organizaciones guerrilleras Asociación Cívica Nacional Revolucionaria y la Brigada Campesina de Ajusticiamiento (comandadas por los maestros rurales Genaro Vázquez y Lucio Cabañas y aniquiladas entre los años 1967 y 1974), y de las agrupaciones que dieron lugar a la Liga Comunista 23 de Septiembre (eliminadas entre los años 1972 y 1979).[49] Esta derrota en manos de políticas anticonstitucionales apoyadas e inspiradas por teorías de la Central de Inteligencia Americana (cia), también engloba la destrucción de importantes sectores de la oposición política en los otros países mencionados.
Una tercera derrota fue la distante caída del socialismo real, unos años después de la resolución del momento anterior. Para lo que quedaba de las izquierdas locales, la caída del socialismo tuvo otras connotaciones que las que tuvo para la izquierda europea: afectó profundamente su imaginario. Fue una derrota simbólica que vino acompañada de lo que se llamó “pensamiento único”, que propuso la entronización de la economía como ciencia exacta y al libre mercado como marco rígido en el que pensar cualquier alternativa política.[50] En términos académicos, esta derrota supuso un desplazamiento político hacia estudios (quizá menos interesados en el cambio social) sin mayores implicaciones para detener la constante ampliación de las desigualdades de estos años.[51] Eagleton (cuya frase al principio de este texto sigo ahora) señala que la pérdida del sentido político de las izquierdas internacionales tiene un correlato en las preocupaciones discursivas de la izquierda académica en una etapa que define como posradical:

No resultará entonces sorprendente encontrar a la izquierda política obsesionada con semejante era de la epistemología, pues ni siquiera se necesitaría ser cínico para sospechar que esta fascinación puede ser en realidad un desplazamiento político. Discutir si el significante produce el significado o viceversa, valioso pensamiento de por sí, no es lo que sacudió al Palacio de Invierno o hizo caer al gobierno de Heath. Pero existen, como es habitual, condiciones políticas para un desplazamiento político como este.[52]

Otra derrota debe ser asociada a la profunda pauperización material y cultural con que fueron castigadas grandes mayorías de la población latinoamericana (en la última etapa de expansión capitalista que es reconocida como el periodo de políticas neoliberales, y que buena parte de los países de la región impulsaron durante las décadas pasadas). En algunos países, esta pauperización fue solapadamente invocada como condición necesaria para acceder a un estadio superior de desarrollo en el contexto indiscutible de las economías de libre mercado en el concierto de las naciones en el actual mundo globalizado.[53] Sin duda, la destrucción material (llamémosle exclusión) de amplios sectores de la población constituye una derrota a los ideales del pensamiento crítico de la izquierda que Ianni y Sarlo representan con sus análisis. Quizás valga la pena mencionar que fue la misma izquierda (que a pesar de haber sido víctima del Terrorismo de Estado) la que tuvo que ocuparse de combatir el olvido legal con que algunos Estados (que tras recuperarse de las crisis institucionales -en los casos en que había existido una ruptura constitucional-) quisieron evitar el castigo de aquellos crímenes de lesa humanidad con los que se había intervenido en el destino de sus pueblos. Esto permite pensar que las izquierdas latinoamericanas, estigmatizadas como violentas (no importa si lo hubieran sido o se les hubieran cerrado las vías legales) tuvieron que pugnar por el castigo a los culpables, sin casi oportunidades (salvedad en la que cabe el caso chileno) de tomar el poder por varios años.
Y por último, la derrota paradójica en un sector inesperado: el cultural. Sarlo se refiere a ella cuando habla de los actuales derroteros de la industria cultural, que como instrumento del ideal comunicativo de la modernidad, se rebelara para crear un sistema hegemónico al servicio del capitalismo (ocultando y criminalizando luchas políticas contrarias a un sistema generador de desigualdades), con un efecto tanto o más importante que el crear redes contraculturales que elevaran las posibilidades de alcanzar los ideales de libertad e igualdad que habían guiado la escritura de las constituciones latinoamericanas modernas.

A las líneas escritas hasta aquí les subyace la idea de que no se trata de una explicación de la globalización o la posmodernidad, sino de la comprensión del presente. Por supuesto, del presente y sus consabidas tensiones entre un pasado (en reconstrucción constante) y un futuro (que es la construcción por excelencia) que se atraen y distraen como esos juegos de imanes que se columpian sin encontrarse. Les subyace esa pregunta remanida y necesaria que da con los elementos que equilibran el pasado y el futuro: ¿qué es lo que vuelve estable el presente? Por supuesto esto compete a las discusiones sobre los usos de la historia, no para desnudar las operaciones del poder, sino para pensar en los efectos de una particular construcción de un pasado en el abandono de otro, en nuestro presente.
Algunas veces se dicen cosas obvias. Sin embargo, me arriesgo a decir que si en lugar de la posmodernidad hubiera tomado algún otro concepto (y por lo tanto hubiera tomado a otro intelectual crítico latinoamericano), de todas maneras hubiera arribado a algunas conclusiones hechas hasta aquí. Quiero decir que la sociología de la cultura a principios de los noventa ya discutía la expansión cultural del capitalismo, utilizando conceptos como aculturación, por ejemplo. Sin embargo, algo pasó con lo que en aquellos años se sabía sobre la expansión cultural norteamericana y el fenómeno de las empresas transnacionales. La posmodernidad vino a explicar el fenómeno de un individualismo posesivo y apolítico. Se dijo aquello del fin de la historia, y de que ciertas regiones quedarían empantanadas. Para los ciudadanos que pudieron consumir, es cierto, hubo una nueva oleada tecnológica que parecía tener aires libertarios. Internet rompía con la comunicación tradicional que condenaba a la mayoría a ser receptores con poco derecho a emitir. Algo pasó. Para algunos fue sorpresivo descubrir que la verdadera cárcel siempre había estado en el lenguaje (aunque no tanto en el sentido de Orwell como en el de Freud). Es posible que el conocimiento más o menos minucioso del poder (o de sus perversidades) fuera responsable del escepticismo, del desencanto posmoderno. Y por lo menos en buena parte de las historias de los países latinoamericanos, habían pasado además los años de las interrupciones de los proyectos nacionalistas producto del fin de la segunda guerra y la guerra fría, la represión para la izquierda, y los años en que las políticas neoliberales y el mercado produjeron más pobres.
No es fácil decir cuáles son los efectos de haber tenido resoluciones represivas como las de los setentas. Pero sí puede ser útil para entender la indiferencia sobre lo político, el abandono de lo público, de los programas remanentes de raigambre socialista, en un nuevo momento de democracia con amplios sectores de izquierda golpeados, estigmatizados y con un discurso compuesto de palabras muchas veces impronunciables. Sí puede ser útil para entender las características de la izquierda intelectual (que sobrevivió, pero no tuvo oportunidades para reproducirse).
El texto Sarlo pide ser leído a partir del deseo de perturbar la indiferencia que domina el crecimiento de la desigualdad cultural de los pobres para este nuevo modelo de intelectual académico y mediático. Esta nueva posición política (la de los neopopulistas) se apoya en la idea de que el mercado, sino produce igualamientos, al menos alienta o permite algunas libertades. Pero esas libertades se reproducen mientras las desigualdades se amplían peligrosamente a un punto de no retorno. Al menos hasta llevar a pensar que las claudicaciones de la izquierda no serán tan importantes, al fin, como el riesgo de una desigualdad estabilizada en una sociedad sin escuela, alimentada con baratijas culturales y un consumo apenas reproductivo. Es decir, una sociedad con márgenes reducidos de acción política.
He insistido que los textos de cada uno se complementan. Ianni acepta el desafío de describir una totalidad, en un momento en que sólo parecen ser respetadas las nociones micropolíticas o microhistóricas, más acordes a las desconfianzas al gran relato. ¿Deberíamos aceptar que los escepticismos a estas explicaciones provienen de intelectuales que no tienen razones apremiantes para ubicar su propia existencia dentro de un marco político más amplio,[54] cuando el marco social latinoamericano es apremiante? Un país, una región o una sociedad parecen siempre necesitar un marco político amplio, sobre todo si se comprende que su historia suele ser resultado de factores externos. Ianni busca ese marco. Se trata de pensar las operaciones en que están inmersas las sociedades nacionales, mientras crece la desigualdad, se abandonan los proyectos que las volvían solidarias y la nación se convierte en barco a la deriva en el río del capitalismo global. Si así fuera, ayuda a pensar Ianni, si no hemos perdido la historia, al menos no sabemos ya donde está su timón.
En estas líneas también se han usado las palabras política y nación. Supongo que en todos los casos, su uso podría ser discutido. He tratado de usarlas sin colisionar con el sentido en que creo las usan Ianni y Sarlo. También he usado la palabra constitucional. Con ella he querido referirme, más allá de los principios organizados en las letras constitucionales de las naciones mencionadas, a su espíritu.
Aceptando las discusiones, trato una vez más de elegir al menos el espacio en que darlas. Parece necesario que la fragmentación y disolución de lo que llamamos nación, el debilitamiento de las organizaciones políticas nacionales en manos de organizaciones políticas y comerciales transnacionales, la construcción de una cultura global en la que cabe casi todo menos lo nacional, la crisis de la política ante la televisión y la ciudadanía convertida en público, y el papel intelectual crítico en el marco de la restricción de la cultura culta y de la izquierda, sean vistos a partir de una explicación amplia en el que quepa una salida a nuestras derrotas (como intenta Ianni) recuperando la política en una sociedad en que las desigualdades parecen preocupar poco (como intenta Sarlo).
Estas discusiones sobre globalización y posmodernidad, cuando se juntan, hacen foco en lo que permite ver la expansión capitalista en nuestra experiencia particular. Llevan a mostrar que las sociedades nacionales latinoamericanas vivieron un ciclo de procesos sociales: en el que se dieron (y continúan dándose) luchas por cambiar las condiciones económicas y políticas, así como reivindicaciones sociales y étnicas que tuvieron en muchos casos conflictos armados y crímenes de Estado; en el que se reprodujeron (y continúan reproduciéndose) la desigualdad y la ampliación de la pobreza en amplios sectores sociales; en el que se produjeron (y continúan produciéndose) oleadas tecnológicas que son consumidas escalonadamente por las diferentes clases sociales; en el que la palabra democracia (y con ella las de socialismo, comunismo, dictadura, liberalismo, pero sobre todo la noción de libertad) se convirtió en parte de un amplio imaginario político sobre cuyas batallas se sobreimprimieron (y continúan sobreimprimiéndose) los mensajes de una industria cultural que propone ideales de vida, valores políticos, populariza nociones universales y un modo fetichista de consumo.
Pero atribuyámosle por un momento importancia al hecho de que buena parte de los conflictos políticos que se resolvieron violentamente fueron contra las izquierdas latinoamericanas, cuando éstas estuvieron cerca de ser alternativa de poder o lo tomaron efectivamente. No se trata de pensar en la dimensión de los crímenes en tal o cual país, ni los negocios que estos procesos supusieron para sectores internos, ni de las características de cada una de las guerrillas latinoamericanas, sino de entender la lógica propia de un proceso regional, en busca explicar fenómenos comunes. Desde esta perspectiva no se pueden entender los procesos violentos contra las izquierdas en las décadas que le precedieron a los noventa, más que a lógica de la guerra fría (como se ha escrito) a la antigua Doctrina Monroe. Atribuyámosle importancia también al proceso neoliberal que produjo las pauperizaciones de los ochenta, noventas y que llega a nuestros días sólo sea explicable, como escribe Ianni, a partir de la conjugación de elementos internacionales, especialmente, a la consolidación del modelo capitalista que (hasta nuevo aviso) protegen las instituciones del Consenso de Washington, a los límites económicos y políticos que esta situación impone (en mayor o menor medida) a los sectores políticos nacionales que alcanzan el poder.
Ianni y Sarlo coinciden en ver un deterioro de la nación. Sarlo describe la batalla del mercado por ocupar el lugar de la historia nacional, por organizar un civismo de mercado global (de shopping center y mass media), por trastocar el lugar mismo del individuo en la nación (de ciudadano a público) y regular las ideas de libertad e igualdad (que se supone promueven y defienden las instituciones del Estado) con baratijas de consumo. Ianni describe las redes económicas, la pérdida del sentido de la idea de nación frente al embate de la cultura común global, la penetración de las formas de producción (especialmente en el mundo laboral), y la presión política de las organizaciones internacionales sobre las soberanías nacionales. Cada uno de ellos ve elementos de penetración internacional. Ianni ve organizaciones políticas (las del Consenso de Washington) presionando a organizaciones nacionales (especialmente sus gobiernos) para aplicar un programa de transformaciones económicas. Sarlo ve organizaciones económicas (las de mercado) imponiendo a organizaciones nacionales (el gobierno, a la sociedad nacional en sus idiosincrasias particulares) un proyecto de implicaciones políticas y culturales.
Ianni ve la construcción de un relato global, la superposición de una historia del globo con perspectiva de cultura común, empalmándose sobre los relatos nacionales, a partir de la construcción de una sociedad global y de individuos con una ciudadanía cultural mundial. Sarlo ve la destrucción del relato nacional y la superposición de un modelo civil privado de iconografía mercantil transnacional, a partir de la construcción de una sociedad desigual y consumista (sin referentes intelectuales fuera de los que propone o cada tanto legitima el mercado) en la que la noción política de ciudadano ha sido desplazada por la noción cultural de público.
El capitalismo se expande como modo de vida con nuevas escalas de valores. La globalización de mensajes, las nuevas ideas del mundo, las migraciones han provocado que ciertas regiones se balcanicen porque explotan sus nociones identitarias, étnicas y religiosas. La vida rural se urbaniza y tiene a desaparecer. Las grandes ciudades se transforman en enclaves globales. Las naciones se ven atenazadas y los proyectos de nación, para muchos, se vuelven innecesarios. Esto escribe Ianni en su mirada global. Pero, ¿qué le sucede en particular en nuestra región? La pregunta (en la lógica arbitraria de este texto) debe ser respondida por Sarlo. Y la respuesta es que al menos no parece haber balcanizaciones identitarias, étnicas o religiosas. Pero sí que además, la destrucción de la educación y de lo público ha detenido la reproducción de lo nacional que se gestaba en estos espacios.

También podemos preguntarnos por qué en las argumentaciones de La era del globalismo y Escenas de la vida posmoderna no hay menciones explícitas a la resolución violenta a las luchas políticas latinoamericanas de los setenta, al genocidio regional de las izquierdas que se opusieron a las transformaciones del liberalismo de la guerra fría, aunque sí son mencionadas la segunda guerra mundial y la caída del bloque soviético. A Ianni no se le escapa el carácter norteamericano de las más importantes instituciones transnacionales y el sentido claro de su influencia. Ni que la política norteamericana tuviera, entre sus tantos impactos en el mundo, el de la resolución de aquellas luchas. Para Sarlo las derrotas están aún más presentes, por ello pide que no se entierre la voz del intelectual crítico, cuya actividad consiste en mostrar que las cosas no son inevitables:

Quisiera oponer interrogantes cuya única pretensión sea perturbar las justificaciones, celebratorias o cínicas, de lo existente. Examinar lo dado con la idea de que eso dado resultó de acciones sociales cuyo poder no es absoluto: lo dado es la condición de una acción futura, no su límite.[55]

Sarlo resume una posición que creo engloba a Ianni, la recuperación del proyecto. Quizá no se habla de las décadas anteriores porque ambos no escriben en los años noventa, sino también de los “noventa”. Y en este momento, como antes, cabe la recuperación del proyecto y de la historia, la condición de la acción futura.

[1] Ianni, La era del globalismo, pp. 107-111
[2] Ibid., pp. 112, 115 y ss.
[3] Idem, p. 114.
[4] Idem, p. 118.
[5] Idem, p. 120.
[6] Idem, p. 124.
[7] Sarlo, Escenas de la vida posmoderna. Ver el apartado “Registro Directo”.
[8] Ianni, La era del globalismo, p. 125.
[9] Ibid., p. 126.
[10] Sobre este punto ver John Saxe-Fernández, et. al. Globalización, imperialismo y clase social, Lumen humanitas, Buenos Aires, 2001. Allí se argumenta que las transferencias de capital que se dan entre un país y otro del cual es tributario, permiten internacionalizar la idea de clase social: la clase media de Estados Unidos puede considerarse como la clase alta de un país tributario, porque aquella se apropia de los excedentes de esta última, pp. 87-166.
[11] Sarlo, Escenas de la vida posmoderna, pp. 108 y 113.
[12] Erick Hobsbawn, “A crise das ideologias”, O Estado de S. Paulo, Sao Paulo, 12 de agosto de 1995, pp. 5-7. Citado en el capítulo. p. 199.
[13] Ianni, La era del globalismo, p. 66.
[14] Ibid., p. 67.
[15] Idem, p. 69.
[16] Idem, p. 71.
[17] Idem, p. 71-72.
[18] Idem, p. 75
[19] Idem, pp. 76-77.
[20] Idem, p. 78.
[21] Idem, p. 198.
[22] Idem, p. 142.
[23] Idem, pp. 47-49.
[24] Luis Rojas Marcos, La ciudad y sus desafíos (Héroes y víctimas), Madrid, Espasa-Calpe, 1992, pp. 109-110. Citado por Ianni, p. 57.
[25] Ianni, La era del globalismo, p. 61.
[26] Ibid., p. 62.
[27] Erick Hobsbawn, “O século radical”, entrevista de Otávio Dias, Folha de S. Paulo, Sao Paulo, 30 de julio de 1995, p. 7, citado por Ianni, p. 147.
[28] Ianni, La era del globalismo, p. 147.
[29] Sarlo, Escenas de la vida posmoderna, p. 26.
[30] Ianni, La era del globalismo, p. 159.
[31] Ibid., p. 194.
[32] Idem, p. 193.
[33] Ibid., pp. 139 y 142.
[34] Sarlo, Escenas de la vida posmoderna, p. 105.
[35] Ibid., pp. 105-106.
[36] Idem, p. 106.
[37] Idem, p. 109.
[38] Idem, p. 110.
[39] Idem, pp. 119-121.
[40] Ianni, La era del globalismo, p. 96.
[41] Ibid. Ianni desarrolla este problema en el capítulo noveno: “Neoliberalismo y neosocialismo”.
[42] Sarlo, Escenas de la vida posmoderna. p. 173.
[43] Sarlo, Tiempo presente, pp. 184-185.
[44] Ibid. p. 188.
[45] Idem, p. 188.
[46] “La agitación desarrollada entre 1954 y 1955 demostró los límites de un nacionalismo que para ejercerse tenía que enfrentarse a una oposición internacional y nacional muy fuerte y activa”, escriben Vania Bambirra y Theotonio dos Santos en “Brasil: nacionalismo, populismo y dictadura. 50 años de crisis social”, en América Latina: historia de medio siglo, Pablo González Casanova (coord). Siglo XXI, Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, México, 1979, p. 148.
[47] Sobre el impacto de los crímenes en Argentina sigue siendo útil recurrir al Nunca más, Informe de la Comisión nacional sobre la Desaparición de personas, Eudeba, Universidad de Buenos Aires, 6ta ed. 4ta reimp., 2003. No obstante, existe una cuantiosa bibliografía sobre el proceso represivo en Argentina.
[48] Bambirra, et al., op. cit. p. 161.
[49] Ver Informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico de la Fiscalía Especial para Delitos Sociales y Políticos del Pasado de la Procuraduría General de la República de los Estados Unidos Mexicanos, ‘Que no vuelva a suceder’, diciembre, 2006; Simón Hipólito, Guerrero, Amnistía y represión, Grijalbo, México, 1982; y Sergio Aguayo Quezada, La Charola, una historia de los servicios de inteligencia en México, Grijalbo, México, 2001.
[50] Bourdieu, Pierre, “Contra el fatalismo económico”, conferencia dictada en ocasión de recibir el premio Ernst Bloch en Ludwgshafen, 1997. New Left Review 227, 1998.
[51] Sobre una crítica al abandono de la política y la economía para explicar la realidad latinoamericana, véase la crítica a Jesús Martín Barbero y Néstor García Canclini hecha por Roberto Follari en Teorías débiles, Homosapiens, Rosario, Argentina, 2002.
[52] Eagleton, Terry, Las ilusiones del posmodernismo, Paidós, Buenos Aires, 2004. p. 33.
[53] Ver Pablo Tasso, “Occidente, paradigma de civilización brutal”, en Sujetos, víctimas y territorios de la violencia en América Latina, Raquel Sosa Elízaga (coord), Universidad de la Ciudad de México, México, 2004.
[54] Eagleton, Las ilusiones del posmodernismo, p. 29.
[55] Sarlo, Escenas de la vida posmoderna, p. 10.

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